Eduardo Sartelli sobre el debate presentado por Diego Rojas entre Beatríz Sarlo y Ricardo Forster , revista Contraeditorial, 21/2/2010
Ditirámbico como siempre, Diego Rojas lo presenta como el debate entre “dos de los pensadores más prestigiosos del país”. Lo que está claro es que si lo son, por la razón que fuera, no lo han demostrado en estas páginas. Ni por asomo puede considerarse en la línea de Sarmiento y Alberdi, un intercambio elemental entre dos miembros de la misma configuración ideológica. Porque, más allá de las alturas respectivas y los salvando las distancias, Sarlo y Forster piensan lo mismo. Un mismo que engloba a Fernando Iglesias, Luis Majul y José Pablo Feinnman, porque a ninguno se le ocurre que hay vida más allá de este sistema social. A ninguno le parece que los males de los que opinan pero cuya causa desconocen, brotan de su propia naturaleza. La consecuencia lógica de esa limitada visión es un repertorio de vulgaridades que desmiente la desmesurada apreciación del cronista. Si en otra ocasión Feinnman ya había hecho profesión de fatalismo histórico, ahora Sarlo reconoce que las “sociedades son horribles”, mientras Forster, igual que Iglesias, explícitamente repudia una posibilidad no capitalista que, obviamente, Majul tampoco considera. Presos de ese horizonte, oscilan entre la ilusión por un simbolismo vacío de todo contenido real (Forster, Feinnman) y una crítica realista que se vacía en un formalismo abstracto (Iglesias, Sarlo).
El “debate”, al menos lo publicado, expresa con claridad esa falta de perspectivas. Forster se desgrana en lo que en el barrio llamaríamos chamuyo; conciente, Sarlo se aburre y le da justa “pereza” contestarle. “Hagamos esto divertido”, le pide él; “no vine a divertirme”, retruca ella, que está indudablemente muy por encima del retador. Forster se indigna ante la sospecha de que se considere tontos a Horacio González, Nicolás Casullo y a él mismo; “Horacio González, no”, precisa Sarlo… Los dos son kirchneristas a su manera: Sarlo, desencantada, se queja de que Néstor no persistiera en su “mejor momento” y se aliara con los intendentes “corruptos” del Conurbano, como si el resto de la clase política se compusiera de adalides de la honestidad republicana (¿hemos de recordar a la Franja Morada que hizo y deshizo en la UBA, o todo lo que el caso “Cromañón” expuso sobre el manejo “progresista” de la ciudad de Buenos Aires?); Forster celebra todo, transformando a Kirchner en el héroe que recoge a la sociedad del barro de la devastación y la conduce a la orilla de su propio destino (como si los indicadores sociales y económicos reales estuvieran demasiado lejos del pantano menemista).
No me chamuyes más…
Forster se desgrana en largas frases vagas y vacías de contenido real: “hay un esfuerzo por estructurar matrices de la realidad argentina que tienden, con deficiencias, a una cierta recuperación de la dimensión política. A recolocar la noción de conflicto como núcleo para pensar la sociedad democrática, a plantear la cuestión de la distribución y de la relación de la Argentina en un contexto latinoamericano particular.” Todo esto para decir algo obviamente falso hasta para las estadísticas del Indec: en estos últimos años ha habido una “redistribución” regresiva, los ricos son más ricos y los pobres más pobres; son los bancos que se quedaron con la plata de todos los que más plata ganaron; todo se reduce al impulso de la soja, que hubiera dado este resultado con cualquier administración, incluso de la “derecha”. Forster lo reconoce al aludir a la fe “desarrollista” de ayer del matrimonio presidencial, aunque cree que la asignación por hijo, de por sí mezquina por decirlo suavemente y a la que la inflación ya redujo sustantivamente antes de que llegue a sus destinatarios, va a significar un golpe de timón a las tendencias expropiadoras del capitalismo. Cierra los ojos y hace fuerza por creer que los Kirchner se enfrentan “al poder”, aunque tiene que aceptar que la fantasmática oligarquía es “demodé”. No dice nada, sin embargo, sobre el verdadero sostén del kirchnerismo, a saber, la fracción más poderosa de la burguesía argentina, Macri padre incluido. Quiere creer que Néstor y Cristina son la expresión local de Hugo y Evo. Si ya ellos mismos tienen mucho de trampantojo, qué decir de sus émulos pampeanos, que envían tropas a Haití, pagan con anticipación la deuda, justifican la política norteamericana con Irán y desarman las causas por crímenes de lesa humanidad de modo que una fracción ridícula de represores se haya sentado en el banquillo luego de siete años.
El peor problema con Forster no es lo que reivindica y lo que calla del gobierno “matricero” y “recolocador”, sino su evidente incapacidad de diagnóstico sobre las causas de esta tan triste realidad argentina: “esta tardo modernidad del capitalismo neoliberal”; “un capitalismo depredador”. Dicho de otro modo, el capitalismo no es malo en sí, simplemente nos ha tocado una versión (un “paradigma”, dice Forster, que no resiste la tentación de ponerle a todo un toque “filosófico”) particularmente dañina. Aunque poco después habla de una “sociedad poscapitalista mediática”… ¿En qué quedamos? ¿Es el capitalismo o no? Es obvio que el filósofo no sabe nada de economía, de allí la ingenuidad sorprendente con la que agita la roja bandera de… Marcó del Pont. Parece que su elevación al manejo de las reservas argentinas para pagar la deuda (¡el Fondo del Bicentenario¡) es una especie de gesto leninista. Sorprende porque a nadie escapa que “Mercedes” pertenece a esa prosapia desarrollista que el mismo Forster reconoció insuficiente y cuyo aparente abandono por Cristina, a santo de la asignación por hijo, el filósofo K saludó esperanzado. Hace ya sesenta años, desde al menos el plan de ajuste de Perón al inicio de su segundo mandato, que con gobiernos liberales, radicales, peronistas, desarrollistas, proteccionistas, partidarios del dólar alto o del dólar bajo, civiles o militares, la Argentina expresa las mismas tendencias a la degradación de la vida social. Habría que ir buscando otra respuesta.
Decí algo, Betty, decí algo
Sarlo tiene, en el achatado ambiente intelectual de la burguesía argentina, una evidente superioridad sobre la media de los “pensadores” locales. Con un realismo que no deja lugar a dudas, saca las conclusiones obvias de las contradicciones del discurso “filosófico” del kirchnerismo: si la realidad fuera como ellos dicen, el matrimonio dado a las “matrices” confrontativas no debería perder ninguna elección. Es indudable que contra ese hecho bruto no tiene ningún sentido apelar a la perfidia de la “clase media”, que no representa más que una porción minoritaria del electorado. La cuestión es si, superado el primer momento de la crítica, Sarlo es capaz de proponer algo mejor. Y no. Nada. No dice nada.
En efecto, demasiado conciente para creer que ese conglomerado de incapaces de incapacidad probada (¿o hay que recordar que la mayoría de ellos ya fracasó bajo Alfonsín, Menem o De la Rúa?) que dice llamarse oposición, signifique alguna alternativa real, Sarlo cree que el problema son las formas. La forma en que se manejaron con la 125, la Ley de medios no puede ser contra un grupo, el gobierno tiene que dialogar con la oposición. Es obvio que Sarlo no tiene nada concreto que decir del mundo real. Ya Sarmiento había concluido, acertadamente, que el problema no es la forma de las superestructuras políticas sino las fuerzas sociales reales. La forma de las superestructuras es, en todo caso, el resultado de las fuerzas reales actuantes en la realidad. De allí su proyecto de expandir la pequeña propiedad como base de una democracia a la norteamericana. Eso sólo ilustra lo perdido de la intelectualidad burguesa argentina, que sólo puede concluir, a pesar de la lucidez del momento destructivo de la crítica, en un aristocrático pesimismo sin futuro: “las sociedades son horribles”.
Una sociedad viva
Forster y Sarlo coinciden mucho más de lo que disienten. No sólo en su estrechez de miras, sino en su balance de la sociedad argentina actual. Forster cree que está “desguazada”, “languideciente” y “fragmentada”. Sarlo no lo desmiente. A los dos, el Argentinazo se les ocurre una manifestación patológica más que una reacción saludable. Por eso están detrás, no delante, de esa sociedad a la que juzgan tan mal, la que se animó a pensar más allá. El “que se vayan todos”, las fábricas ocupadas, el movimiento piquetero, hasta el Club de trueque con toda su imaginería trágicamente ridícula, son testimonio de que en el seno de las masas argentinas emerge un pensamiento fronterizo. Es decir, que se anima a pensar más allá de los límites del país burgués. Dicho de otro modo, se anima a pensar el problema que constituye el corazón del verdadero debate que falta: ¿hay solución real a los problemas más importantes bajo esta forma social o llegó el momento de volver a la revolución socialista?