En los últimos días la crisis en Israel y los territorios ocupados creció a pasos agigantados. El primer detonante fue el intento de desalojo de algunas familias del barrio Karm al-Jaouni (Jerusalén este), lo que derivó en protestas y enfrentamientos con la policía durante varios días que se extendieron a todos los barrios árabes. A la represión y detenciones policiales, se sumaron los ataques y linchamientos de grupos de extrema derecha contra los árabes. Ante este panorama, el 10 de mayo comenzaron los ataques aéreos desde Israel y también desde Gaza, liderados por Hamas.
Para analizar la crisis de los territorios ocupados el primer elemento para tener en cuenta son las características de la población. Los habitantes de la zona que el gobierno israelí intentó desalojar formaron parte de la población que antes de la guerra de 1948 vivía en las ciudades de Yafa y Haifa y debió huir de sus hogares por el conflicto. En ese entonces, Jerusalén Este estaba bajo el control de Jordania y a partir de un acuerdo con la ONU, construyeron viviendas para los refugiados. En 1967 Jordania perdió el mandato luego de la victoria de Israel en la guerra.
Para Israel la ocupación fue la forma de controlar la región, pero también de hacerse de mano de obra barata para las nacientes industrias. Una de las formas para ejercer ese control fue el aislamiento de los barrios palestinos a partir del establecimiento de asentamientos judíos. Este proceso fue creciendo desde entonces de forma sostenida. Es decir, Israel no solo tiene presencia militar, sino que además la población de este lugar depende del empleo y los bienes provenientes de la economía israelí. Es decir, se trata de casi cuatro millones de trabajadores de dependen económica y políticamente a Israel, pero fueron expropiados de todos los derechos políticos.
A raíz de la llegada de inmigrantes judíos de Europa del este a partir de los años 90, el estado israelí logró suplir la necesidad de mano de obra barata. Esto significó que el estado deje de preocuparse por el desarrollo de la vida en los territorios ocupados, por lo que constantemente es que nos encontramos con incursiones militares o bombardeos en esta zona.
A esto hay que agregar el avance de la crisis política. Recordemos que en agosto del año pasado Netanyahu debió enfrentar una oleada de protestas que reclamaban contra los casos de corrupción (malversación de fondos, abuso de confianza y la compra de submarinos alemanes) y la crisis económica. En ese momento, el desempleo alcanzaba el millón (casi el 10% de la población) de habitantes y la asistencia estatal era insuficiente. Si bien la participación se redujo, las protestas semanales frente a la casa del primer ministro se mantuvieron durante todos estos meses.
Varios aliados le soltaron la mano y se reagruparon en un bloque opositor para hacerle frente. De hecho, antes que estalle el conflicto, ya estaba sobre la mesa la posibilidad de desbancarlo.
Para sobrevivir a la crisis, Netanyahu buscó nuevos aliados, como los partidos de la extrema derecha, particularmente Partido Sionista Religioso, organización que engloba partidos más pequeños. La alianza encarna un proyecto de expulsión más agresiva y violenta para aquellos árabes que se nieguen a someterse a la “soberanía judía” entre el Mediterráneo y el Jordán. Uno de los partidos que lo compone es Otzma Yehudit, dirigido por Itamar Ben-Gvir, conocido por haber defendido las teorías del rabino de extrema derecha Meir Kahane. Ben-Gvir formó parte del partido racista Kach, prohibido en Israel y designado como organización terrorista en Estados Unidos.
Con las provocaciones y los enfrentamientos, Netanyahu juega su última carta. Consciente de que el problema nacional preocupa a toda la oposición y a la burguesía israelí, intenta mostrarse como el único capaz de restablecer el orden y el normal funcionamiento del país, así tenga que aplicarlo a sangre y fuego.
A la crisis en Israel se agrega la crisis en los territorios ocupados. La Autoridad Palestina se niega a celebrar elecciones desde 2006 por temor a que Hamas se haga con el control de Cisjordania. Es por ello por lo que las elecciones se pospusieron en innumerables oportunidades. La próxima fecha pautada es el mes de junio y Hamas se ocupó de recrudecer los ataques sobre Israel con el objetivo de posicionarse como oposición.
Ante este panorama, la estrategia de Hamas solamente puede ofrecer más violencia y balcanización. En primer lugar, porque enfrentarse a Israel con misiles, es casi una misión suicida. Sus ataques recaen sobre trabajadores israelíes (judíos, árabes, cristianos, drusos) y muestra su carácter de clase y su estrategia: matar para negociar con el gobierno. Tampoco hay que perder de vista que se trata de una organización religiosa, abiertamente patriarcal y financiada por China. Por último, los territorios bajo su control se encuentran en una situación devastadora, tanto por la guerra, la pandemia y la descomposición social. En el medio, la población de Gaza es sacrificada.
Frente a esta situación, la tarea inmediata no es separar el territorio en dos sino juntar a los obreros divididos reconociendo que son parte de la misma clase y que deben tener los mismos derechos políticos, económicos y sociales. En este sentido, su enemigo no es su par que está del otro lado de la frontera sino la burguesía que los oprime. Los responsables de las masacres deben ser castigados y el carácter confesional del Estado de Israel debe ser abolido. Es la única solución realista.