Opinión – Inundaciones en Buenos Aires
¿Por qué estamos ante un nuevo crimen social?
Viernes 5 de abril de 2013
Parece mentira que en pleno siglo XXI, en el corazón del capitalismo argentino, una lluvia más abundante de lo normal haga colapsar el territorio y arruine la vida de miles de personas que ven como lo acumulado durante toda una vida de trabajo se va con la corriente. Peor aún: ya hay casi 60 muertos y todavía no bajó el agua. En los próximos días la cifra seguramente se elevará. Los gobernantes de los territorios afectados, más que explicaciones, dieron excusas.
Por Gonzalo Sanz Cerbino.
Para Mauricio Macri, se trató de una “tragedia climática”. Una vez más (porque no es la primera vez que pasa) el jefe de gobierno porteño adjudicó lo sucedido a imprevisibles factores climáticos, como si lo único que pudiera hacerse para evitar el caos fuera rezar para que no llueva tanto. Peor aún, luego de varios episodios similares, ya resulta poco creíble seguir hablando de lo imprevisible que resultan las inundaciones. Funcionarios del gobierno nacional salieron inmediatamente a criticarlo, resaltando las demoras en la concreción de obras de desagote pluvial o la ausencia de medidas preventivas, como un plan de emergencia para recolectar la basura y evitar que se tapen los sumideros. Sin embargo, tuvieron que llamarse a silencio en menos de 24 horas, ya que la capital provincial que cogobiernan con Scioli terminó peor que la ciudad, con casi 50 muertos.
Adjudicar lo sucedido a fuerzas incontrolables de la naturaleza, como hacen los gobernantes buscando disimular su propia inoperancia, es deliberadamente falso. Las inundaciones son, en primer lugar, producto de la ocupación del espacio. Que es una actividad humana y que está a nuestro alcance controlar. Tanto en la capital como en la provincia hay zonas inundables y zonas que no lo son: si no se ocuparan las zonas bajas, no habría inundados. A su vez, la intervención del hombre sobre esos espacios puede modificar la forma en que se absorbe el agua de lluvia. Así, la construcción de desagües, aliviaderos o canales pueden transformar una zona inundable en una habitable. A la inversa, la intervención humana, eliminando zonas naturales de absorción, puede convertir una zona en inundable. En este sentido, estas muertes tienen causas sociales antes que causas naturales. En tanto vivimos en una sociedad capitalista, las inundaciones son el producto de sus patrones de ocupación del espacio. Buenos Aires, como toda metrópoli burguesa, comenzó con la ocupación de las tierras altas, prudentemente alejadas de las cuencas de los arroyos que atravesaban la capital. Sin embargo, el crecimiento urbano llevó a los asentamientos sobre tierras bajas, históricamente afectadas por las inundaciones. Eran las peores zonas y por tanto las más baratas, a las que fueron a recalar aquellos que no podían acceder a otras mejores, por carecer de medios. Así, a principio de siglo, los obreros inmigrantes se fueron ubicando a todo lo largo del sur de la ciudad, en barrios como La Boca, Barracas o Soldati, que aún hoy sufren periódicamente de inundaciones que los medios ni se toman la molestia de reflejar. En todas las grandes ciudades (las barriadas que rodean La Plata, por ejemplo), los patrones capitalistas de ocupación del espacio sancionan (mercado mediante) que la burguesía podrá acceder a las tierras más caras que, entre otras cosas, son las que no se inundan. Los obreros se irán ubicando en los márgenes, allí donde no llegan los servicios y donde una lluvia se lleva todo, incluso vidas. En ellas ningún político se molestará en hacer obras de infraestructura para evitar anegamientos: que se inunden se ha convertido en la norma.
Otros fenómenos que tienen que ver con la ocupación capitalista del espacio operan haciendo que ciertas zonas sean más propensas a inundarse ante tormentas fuertes. Arquitectos e ingenieros coinciden en señalar que la expansión urbana va reemplazando a su paso terrenos que filtran el agua (espacios verdes, por ejemplo), por terrenos impermeables (cemento). A su vez, la construcción de los cimientos de edificios interpone barreras subterráneas a la circulación y el drenaje del agua de lluvia. Por otro lado, algunas obras públicas (plazas secas, reemplazar empedrado por asfalto) contribuyen a la impermeabilización de los terrenos y la contracción de los drenajes naturales. El boom de la construcción en los últimos años ha hecho que las grandes metrópolis sean entonces más vulnerables a las inundaciones. Cada capitalista individual que participa del negocio solo se preocupó de su ganancia, y la sumatoria de iniciativas particulares ha dado por resultado una ocupación anárquica del espacio, en donde las grandes inundaciones son moneda corriente. El estado ha procurado no entorpecer este gran negocio, sin intervenir para regular sus consecuencias. El caos en el transporte y en la recolección de basura, por ejemplo, son producto de este crecimiento incontrolado de la ocupación urbana. La ausencia de un plan hidrológico, que adecuara los canales aliviadores acompañando el boom de la construcción, es sin duda una de las razones detrás todo este caos. Ningún burgués va a preocuparse por ello porque el único motor para la inversión es la obtención de ganancias. Y tampoco lo hacen los gobiernos, más preocupados por derrochar recursos en iniciativas cosméticas, aquellas más inmediatamente visibles que son las que dan votos. Los muertos que nos ha dejado el agua no son entonces el resultado de imprevisibles catástrofes, sino un producto de la anarquía capitalista en que vivimos. Un crimen social.
Gonzalo Sanz Cerbino, Dr. en Historia, es integrante del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales/Razón y Revolución.