Por Damián Bil*
La baja de retenciones anunciada por Macri, al 30% para la soja y anuladas para trigo, maíz, girasol, carne y productos regionales; se presenta como una medida necesaria en términos capitalistas para restablecer el circuito “normal” de la economía. El objetivo es recuperar la producción y la rentabilidad del agro, deprimida por la baja de los precios de los commodities. Lo que se busca en última instancia es conseguir dólares. El propio ministro Buryaile aseveró que, con la resolución, se espera una entrada rápida de 6.000 millones en esa moneda.
De esta forma, la eliminación / baja de retenciones junto con la inminente devaluación intentarían dar aire al sector, el más dinámico de la economía local en términos históricos. Aquí cabe diferenciar entre la baja de retenciones a la soja y la quita que se hace a otras producciones. Para el resto de los cultivos beneficiados (parcialmente en el maíz) y para la carne, la medida le sale casi gratis al gobierno. Es decir, pierde relativamente poco si lo pensamos en relación a la soja; ya que la exportación de estos es menor. Lo relevante en el esquema continúa siendo el yuyo verde, que permanece con un impuesto elevado, motivado por la necesidad de asegurarse esos dólares para la caja central.
Más allá de la coyuntura, lo que presenciamos no es novedoso. Desde una perspectiva de largo plazo, se trata del cierre de otra vuelta en un ciclo reiterado en la historia argentina, aún bajo gobiernos de diferente signo político. Es decir, el fin de un período signado por el aumento de la renta de la tierra, acompañado de un incremento de las transferencias al sector no agrario de la economía (por subsidios, créditos, tipo de cambio) que en cierto momento provoca el estrangulamiento de divisas y la presión para recomponer la rentabilidad agropecuaria (y las reservas) vía devaluación. En la actualidad, como esa receta no alcanza aun manteniendo retenciones altas para la soja, se precisan otros mecanismos complementarios. Por eso, nos dirigimos a un nuevo ciclo de endeudamiento.
La pregunta es por qué la Argentina precisa de manera crónica estas compensaciones. El problema de fondo es el atraso de su productividad del trabajo. Como el capital que acumula en el mercado interno tiene mayores costos y menor escala, precisa compensar su baja competitividad por medio de recursos extraordinarios. Hasta los años ’50, el mecanismo casi exclusivo era la renta diferencial agraria. Pero por su agotamiento como elemento de compensación y el crecimiento del sector no agrario de la economía, aparecen mecanismos como el endeudamiento, la devaluación periódica y la inflación. Estos se convierten en centrales hasta que un nuevo ciclo de alza de precios internacionales provoca una recuperación de los ingresos por renta. Son dos ciclos que se alternan desde hace 70 años, separados entre sí por crisis cada vez más profundas.
Las medidas de Macri marcan el pasaje de un ciclo apoyado en los precios de los bienes agrarios a otro de endeudamiento externo con un peso acotado de la renta, como en los ’90. En el corto plazo, las medidas pueden tener cierto éxito y pescar dólares. No obstante, en el largo plazo solo evidencian los límites históricos de un país cuyo mecanismo principal de compensación al retraso de su productividad, la renta, se agota. Una renta que con niveles altísimos apenas alcanzó para volver a un equilibrio similar al de los mejores años de Menem. Un ingreso que en el mejor de los casos es solo un paliativo.
El anuncio puede maquillar a corto y a mediano plazo la situación inyectando dólares frescos. Pero bajo esta estructura social, sin modificar el problema de fondo, es más de lo mismo: pan duro para hoy, y patear las contradicciones para que estallen tarde o temprano bajo la forma de otra crisis de deuda.
*Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales. Conicet.