Falsas Salidas. La producción sojera y la mirada ecologista
Por Guillermo Cadenazzi
Artículo publicado en el diario Página/12 del día 11 de abril de 2010
En la última edición de Cash, Norma Giarracca y Miguel Teubal, dos reconocidos intelectuales críticos del avance sojero y defensores del pequeño capital en el agro, publicaron una nota respondiendo a una entrevista del suplemento económico a Gustavo Grobocopatel.
La respuesta de los autores refleja un debate muy en boga en los últimos años, principalmente desde el conflicto de 2008, acerca del avance y desarrollo de la producción sojera. Este debate se centra en dos puntos principales, que se suelen plantear de manera equivocada: por un lado, la crítica ecologista o conservacionista a la producción sojera; y por el otro, la creencia de que a través de la defensa del pequeño productor y del conservacionismo, se producirían más alimentos y más baratos.
Lejos de hacer una defensa a ultranza del cultivo de la soja, o desconocer la destrucción y contaminación del medio ambiente, este aporte al debate intenta ubicar estas cuestiones en su dimensión real.
Desertificación, contaminación, deforestación, desplazamiento y desaparición de los pequeños productores, hambre, pobreza y muerte son problemas históricos que no nacieron con la soja transgénica. Como mostramos en el libro Patrones en la ruta, en algunos aspectos parciales, la situación previa era aún peor.
Luego de un período de crisis en la agricultura (y crecimiento ganadero) en la década del ‘40, el agro pampeano se recupera en los ‘50 y empieza una etapa de fuerte crecimiento en la década siguiente, que se denominó “agriculturización”. Este proceso implicó una intensificación de la producción agraria, expandiendo el área sembrada, eliminando las rotaciones entre agricultura y ganadería y aplicando nuevas tecnologías para aumentar la productividad. El agro pampeano registró en los ‘60 un importante salto tecnológico con la renovación del parque de maquinarias (de mayor tamaño y potencia) y la difusión de nuevos agroquímicos. Este sistema productivo, basado principalmente en el maíz y el trigo, tenía problemas peores a los de la actualidad, si pensamos que no existía la siembra directa y que se aplicaban mayores dosis de agroquímicos aun más tóxicos que los actuales.
El auge de la soja y su paquete tecnológico, que se identifica como la causa de los problemas ecológicos actuales, significó en realidad un freno al proceso de desertificación que se venía registrando desde los ‘40. Por supuesto, dadas la expansión de la producción y la intensificación que implica el doble cultivo, creció el desmonte y el uso de agroquímicos, con las conocidas consecuencias sociales y ambientales. Pero en cualquier período de la historia del agro argentino que se analice, el capital ha procedido igual, aplicando tecnologías que aumentan los rendimientos, ahorran trabajo y permiten expandir las tierras de cultivo a zonas donde antes no era agronómicamente posible. Si ello puede hacerse en condiciones ecológicas mejores, se hará. Si no, se tomará el camino que marque la rentabilidad. El desarrollo de las fuerzas productivas por parte del capital (es decir guiado por las ganancias) trae aparejada la destrucción del medio ambiente. A mayor desarrollo productivo, más potencial destructivo. La ausencia de una visión más general y de largo plazo en la mayoría de los trabajos sobre la cuestión de la sustentabilidad lleva a plantear una visión idílica y romántica del campo argentino antes de la soja. Por eso, aunque este modelo “sojero” sea mejor que el anterior, el problema sigue siendo el mismo y tan grave como siempre lo fue.
Las posturas ecologistas pueden lograr ciertos paliativos o mejoras parciales, pero dejan intactas las causas de fondo que producen esos males. Peor son las propuestas para favorecer a los pequeños productores como contrapuesto al modelo actual, tal la propuesta de Giarracca y Teubal. Ignoran que por la propia dinámica de la competencia, los capitalistas más chicos deben ahorrar costos por la vía de rotar menos la producción, restituir menos nutrientes, proteger menos a los trabajadores rurales y abusar más de plaguicidas. Aunque existe poca investigación al respecto, datos censales muestran una correlación positiva entre tamaño de la explotación y adopción de tecnologías conservacionistas (siembra directa y fertilización). Por el contrario, de imponerse las políticas a favor de la división de la tierra y la defensa del pequeño productor, tendríamos más contaminación y a la vez alimentos más caros, no porque sean peores o mejores, sino porque así los obligaría la competencia.
Esto nos muestra que las propias contradicciones del capital, con Grobocopatel como expresión más acabada, son las culpables de los males y no la soja. Sólo se puede avanzar hacia mejores condiciones de vida y alimentos más baratos para los trabajadores si se avanza en la productividad del trabajo que permita amortizar técnicas menos agresivas, que de por sí son más costosas. Para hacerlo, la solución más eficaz es avanzar hacia la concentración de la tierra en mayor escala, incluso que la alcanzada por el propio Grobocopatel. Es decir, plantear el cuestionamiento a la propiedad privada de la tierra y buscar la producción socializada en el agro pampeano y no su fragmentación en más capitalistas. Sólo así podrán superarse los problemas históricos planteados.
* Historiador, investigador del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (Ceics).