La baja del precio de las materias primas y la contracción de la economía
Domingo, 18 de enero de 2015
Por Juan Kornblihtt – Especial para Los Andes – (Conicet, Ceics)
Cuando la economía crecía, los gobiernos autotitulados “populares” de América del Sur se lo atribuyeron a su propia capacidad por haber estimulado la intervención estatal, contra las políticas neoliberales de los ’90. Los neoliberales, en cambio, señalan que el crecimiento fue producto de la fuerte suba del precio de las materias primas. Ahora que las variables comienzan a caer, los primeros le echan la culpa a la crisis mundial y los segundos al intervencionismo.
Las dos explicaciones contrapuestas atraviesan los procesos electorales y mantienen la ilusión de que con alguna de las dos recetas se puede zafar de la crisis. El problema es que no pueden plantear la unidad entre la suba y la baja como expresión del mismo proceso y que ninguna de las dos posturas es una alternativa real a la crisis.
La expansión de las economías de América del Sur, que venían de perder posiciones en el mercado mundial, se entiende porque la entrada de riqueza por las exportaciones estuvo antecedida por un fuerte ajuste, que se dio desde los ’70 y se sustentó en el aumento de la tasa de explotación gracias a la caída del salario real y en una depuración de los capitales más ineficientes (la mal llamada “desindustrialización”) y la privatización de las empresas estatales, motorizados por las políticas neoliberales.
Así, la riqueza que entró con la suba del precio de los commodities se encontró con una economía más liviana para impulsar. Las políticas de estímulo industrial y los subsidios directos al consumo por parte del Estado hacían subir a las ganancias y al consumo popular. El proceso tomó la apariencia de que no había contradicción entre el capital y el trabajo y de la posibilidad de superar el neoliberalismo.
A las condiciones internas que vincularon al neoliberalismo con el crecimiento de los 2000, se suman las políticas de los países más ricos para escapar de la crisis. El capital intentó zafar de la caída de la actividad económica provocada por una menor rentabilidad, mediante un estímulo monetario vía créditos que dispare el consumo, sin producir una depuración de capital ineficiente ni un crecimiento acelerado de la tasa de explotación.
Este mecanismo opera desde los ’70 con diferentes formas. Lo particular de la última década es la centralidad que ocupa China, que abastece de productos baratos a los EEUU gracias a sus bajos salarios y cuya expansión empujó hacia arriba el precio de las materias primas. Pero la demanda de los bienes chinos en los EEUU se ha sostenido con una permanente expansión del crédito privado y por la emisión estatal.
En 2008 se puso en evidencia la fragilidad de estos mecanismos con el derrumbe del sistema bancario, lo que llevó a una de las contracciones del comercio mundial más grandes de la historia y a una caída del precio de las materias primas.
Gracias al estímulo provocado por la fuerte intervención, mediante la baja de la tasa de interés y la emisión monetaria, y la ayuda china, que siguió comprando bonos del Tesoro yanqui, EEUU logró una recuperación parcial que alcanzó para evitar que la demanda mundial cayese aún más. Así, garantizó un mercado para la creciente producción china y evitó un nuevo estallido.
Pero el efecto no duró mucho y empezó a desvanecerse hacia 2011. En el último año el comercio ya muestra una tendencia a la caída, lo que provocó la baja de los precios de las materias primas.
El vaivén provocado por la suba y caída de los precios de las materias primas marca el stop & go de las economías de América del Sur.
La caída de 2009 pudo ser amortiguada por las reservas acumuladas los años previos, porque la recuperación de los precios fue más rápida de lo esperada y porque sus economías empezaron con su propio ciclo de endeudamiento (en Venezuela y Brasil con una fuerte expansión de la deuda externa, mientras que en Argentina se expandió la deuda interna por no tener la garantía de los dólares y producir inflación).
En 2013 y 2014, estos tres mecanismos empiezan a mostrar sus límites y la economía empieza a contraerse. Empiezan a faltar insumos (como en Argentina) y las empresas pueden remitir menos ganancias en dólares a sus casas matrices. El Estado intenta sortear la crisis por la vía de la devaluación y el aumento del gasto público, pero, al no haber una base real, la inflación se empieza a comer el efecto provocado por el estímulo artificial.
Brasil, que parece la economía más sólida, empieza a sentir los mismos efectos.
La contracción de estos países es contrastada por los neoliberales por el crecimiento de Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú y Chile, que supuestamente no despilfarraron en gasto público y apelaron a tratados de libre comercio y endeudamiento externo. Sin embargo, el gas y el cobre siguen una tendencia a la caída y la contracción económica todavía no les llega porque la economía que deben sostener con la renta de la tierra es menor.
Agotado el estímulo monetario en base a expansión de la deuda interna y emisión monetaria, solo queda el camino de bajar salarios, depurar capital sobrante y volver a endeudarse afuera. Esto exige la condición de ser confiable, o al menos aparentar ofrecer rentabilidad a los capitales y poder sostener la capacidad de pago, lo que implica ajustar los presupuestos estatales y bajar los salarios. El resurgir del neoliberalismo, por lo tanto, no es exclusivo de la oposición sino que los oficialismos empiezan a adoptar estas medidas.
Este tipo de política, además de los conflictos sociales que conlleva, implica escapar a la crisis, no solucionarla. Mediante el estímulo de la demanda interna se pospone la depuración del capital local y, con él, un ajuste aún mayor. Los mecanismos financieros a escala global enfrentan un límite cada vez más grande y aun cuando consigan algo de aire, será con mucho menos fuerza.
Los trabajadores a nivel continental deberán enfrentar al ajuste por su propia cuenta y plantearse una estrategia propia, en lugar de seguir a las variantes neoliberales o populistas que, aunque se presentan como contrapuestas, expresan diferentes momentos del mismo proceso de crisis general.