Eduardo Sartelli sobre la intelectualidad peronista, El Argentino, 4/5/2009
Feinmann acaba de inventar la “teoría de los dos santos”. Nos explica que los “locos” fueron, en realidad, víctimas de un espíritu del tiempo.
Empezamos mal: Diego Rojas, el entrevistador, habla del Ejército Guerrillero de los “Pobres”… Reemplácese la palabra entre comillas por “Pueblo” y se sabrá que se está hablando del EGP de Massetti. Feinmann no lo corrige. El “filósofo de masas” comienza mal también: Aramburu y Montoneros son iguales. El fusilador de los defensores de la voluntad popular, es decir, un dictador burgués, está a la misma altura, ya no digamos ética, sino política, de los luchadores por un mundo mejor. El asunto, el fusilamiento de Aramburu, resulta una “tragedia” en la que el responsable de la masacre de José León Suárez también tiene razón, porque “todo acto de matar a una persona es un asesinato”. El supuestamente crítico filósofo no sólo comete un error obvio (“asesinato” es una cosa, “homicidio” otra) sino que adopta un cómodo término medio en la polémica en que Rojas lo ubica, aquella en la que Oscar del Barco sepultara una década de complejidad política bajo una montaña de moralina pueril.
El error se profundiza cuando el filósofo se mete a historiador: “Estos pibes no tenían salida”. Otra vez la “tragedia” como sucedáneo de la explicación histórica. Las muertes de Aramburu y Rucci (que no era un bebé de pecho) fueron decisiones políticas, no una fatalidad. Decisiones políticas de una dirección política, la de Montoneros. Una de las tantas direcciones políticas de las fuerzas revolucionarias emergentes, compuestas por gente tan joven como aquella y que había vivido las mismas experiencias. No fue el “destino” de una generación, sino la consecuencia lógica de las contradicciones de un programa político: aquel que creía que Perón, que no era más que un lobo fascista en piel de cordero reformista, podía ser reemplazado desde dentro, al mismo tiempo que se lo construía como dirección indiscutible de esas masas que eran objeto de disputa. La historia demostró que no se puede destruir aquello que uno mismo refuerza con su actividad cotidiana. El “crimen” de Montoneros es haber parido ese engendro llamado “socialismo nacional” y haber puesto en su conducción a su principal enemigo. El de Montoneros no era un programa revolucionario y lo pagó caro. No fue una “tragedia”, un “desencuentro” fatal: Perón volvía para exterminarlos. Otras corrientes políticas tomaron otras decisiones y se encolumnaron con otros programas.
Feinmann acaba de inventar la “Teoría de los dos santos”. En efecto, el alfonsinismo, para evitar que la clase empresaria (y los principales políticos de los partidos burgueses) se viera siquiera rozada por la necesaria revisión de la historia del Proceso militar, elaboró la “Teoría de los dos demonios”: dos bandos enloquecidos (los “guerrilleros” y los “militares”) habían emprendido una irracional y feroz balacera en medio de la cual la “sociedad” quedó atrapada. Nadie era culpable, entonces, de nada, salvo esos “locos”. Ahora Feinmann nos explica que los “locos” fueron, en realidad, víctimas de un espíritu del tiempo, una tragedia. Ya nadie tiene culpa de nada, ni siquiera de defender intereses de clase.
No contento del todo, Feinmann continúa: Susana Giménez es una “ignorante” y no la expresión de una clase social, la burguesía, que no sabe resolver los problemas que su propia existencia causa de otra manera que matando. En la misma línea de descontextualización y deshistorización, Feinmann pretende que la “civilización está perdida” por la potencia de la “pulsión de muerte”. No identifica, fuera de este mundo capitalista, otra posibilidad de existencia, razón por la cual el ser humano está perdido, no por culpa de quienes hoy manejan el poder sino por una instancia metafísica: no es Bush ni Obama, ni Berlusconi o Zapatero, es la “pulsión de muerte”; ni Gates ni Slim, la “pulsión de muerte”; ni la United Fruit ni la General Motors; no es el capitalismo, es lo que el lector ya sabe… Rojas le hace una pregunta absurda, donde mezcla rabanitos con elefantes (el derecho del Estado a matar, algo que hace todos los días y se llama “gatillo fácil”, y la legitimidad de la violencia política), y Feinmann responde otra vez: no es el poder burgués, es la televisión…
Después de tanta operación simplificadora, Feinmann hace gala de sutileza política: Néstor no, Cristina sí. Porque habla bien. Toda una estadista. Además, está rodeada de gente con “linaje” político y por Sergio Massa, “que está laburando bien”. Se nota, sobre todo por los cambios que se han operado en el Indec desde su asunción… Pero la culminación de este alarde de sutileza llega cuando recupera el axioma básico del marido de Cristina, al que se acababa de categorizar precisamente como poco sutil: el que no está conmigo está con Duhalde. Otra vez la metafísica: “El poder se da dentro del peronismo”. Para Feinmann el 2001 no existió. No sólo no ve ninguna posibilidad de existencia humana fuera del capitalismo sino incluso fuera del peronismo. Es más: fuera del kirchnerismo, porque habría que evitar a Duhalde… Veamos un poco, entonces, qué vida nos invita Feinmann, el crítico, a defender. Es decir, a qué gobierno tenemos que proteger del duhaldismo.
El filósofo crítico nos dice que tenemos que defender al gobierno que mandó tropas a Haití. Al que proveyó a Bush del mejor argumento para atacar a Irán. Al que no hizo nada para aclarar ningún atentado. Al que se cansó de reprimir obreros, desde los docentes de Santa Cruz hasta los empleados del casino flotante. Al de la valija de Antonini y el caso Skanska. Al que mantiene los salarios al mismo nivel que Menem. Al que pagó la deuda al Fondo Monetario mientras mantiene en la pobreza a más gente que el propio riojano. Al que continuó la misma política de Duhalde, en particular esa verdadera confiscación permanente al salario obrero que es la devaluación, mientras subsidia a los capitales más grandes del país. Al que permite que los juicios contra las violaciones a los derechos humanos se eternicen, de modo que los asesinos se paseen por la calle con total impunidad, entre otras cosas, para secuestrar y matar a Julio López mientras las cárceles se llenan de ladrones de gallinas. Al que acusa a la “Justicia” de lo mismo que Susana Giménez, es decir, de no poner “mano dura”.
La Presidenta es una “estadista”. ¿Cuál Presidenta? ¿La misma que le aconsejó a Bush y Obama buscarse un “plan B”? ¿La que cree que la soja es un “yuyo”? ¿La que, mientras se viste como princesa, planea enfrentar la crisis con créditos “blandos” para comprar bicicletas? ¿La que recita las cifras que produce el Indec intervenido por su marido? ¿La que se dedica a inaugurar postes de semáforos y paradas de colectivos mientras los hospitales y los colegios del país se caen a pedazos?
Feinmann no hace otra cosa, al pedirnos que defendamos un gobierno tal, que repetir el posibilismo alfonsinista de los ’80: es lo que hay. Un símbolo de los tiempos, indudablemente. Para el intelectual “crítico” nada se agita en el seno de las masas argentinas. Una afirmación en contrario sería exigirle al gobierno kirchnerista que sea algo más de lo que es, reformista. Pero Kirchner (Néstor o Cristina, lo mismo da) no ha reformado nada. Feinmann, bien interpelado esta vez por Rojas, que le recuerda que este gobierno se apoya en Curto, Ishii y otros tantos por el estilo, concede incluso en este terreno, luego de comparar a Perón con Hegel: hay que darles un lugar también a los “malos”. ¿Por qué no, entonces, al creador del gobierno K, Duhalde? Parece que el Señor del Conurbano es demasiado malo.
El peronismo nunca tuvo grandes intelectuales de su lado, por lo menos mientras fue gobierno. Es entendible: los intelectuales brillantes suelen ser críticos, lo que tiende a recostarlos contra la izquierda política, mientras que el “movimiento” dirigido por el “General” es conservador. Ésa es la razón por la cual, cuando Perón estuvo en el exilio y debió dar aire a un ala izquierda para controlar a su derecha, el peronismo atrajo intelectuales de real valía. El mismo Feinmann los menciona: Walsh, Oesterheld, Gelman. Podríamos agregar más. Tantos y tan valiosos como los que atrajo el PRT (Silvio Frondizi, Haroldo Conti, Humberto Costantini, Roberto Santoro). En ambos casos se trataba de tipos excelentes, sin duda. Basta seguir la saga de El Eternauta para constatar una evolución política progresiva, valiente. Basta con andar el camino que va de la defensa de la Libertadora a la Carta a la Junta Militar. Reléase el Conti de Sudeste a Mascaró. Tenían la fuerza que les daba la revolución en ascenso. Lo único posible era la revolución.
Los tiempos pasan y Feinmann nos pide que defendamos a Kirchner de Duhalde: es lo que hay. Sorprendente: ¿este es el filósofo crítico, a la derecha de TVR? Incluso los intelectuales peronistas de derecha tenían mejores argumentos. El país que parió el “que se vayan todos” exigirá en breve mejores propuestas contra una realidad insoportable a la que nadie puede acostumbrarse. Mucho menos, llamar a defender.