Por Ianina Harari (Dra en Historia, investigadora de CONICET y miembro del CEICS)
Según el relato kirchnerista, el “modelo” habría tenido como protagonistas y principales beneficiarios a los trabajadores, en oposición al neoliberalismo de los ´90. La recuperación del empleo, la recomposición salarial, la vigencia de las negociaciones colectivas y la expansión de planes sociales son los elementos que sostienen esa ilusión. ¿Se encuentran hoy los trabajadores en el mejor de los mundos posibles? Acá va la respuesta.
La generación de empleo disminuyó la cantidad de desocupados hasta el actual 6,9%. Sin embargo, hay que preguntarse por la calidad de los puestos de trabajo creados. En primer lugar, el aumento del empleo no redundó en un mayor registro de trabajadores. Mientras el promedio de empleo no registrado en la década del 90 se ubicó en torno al 40%, en 2014 tenemos un 34,3% de trabajadores en negro. Tras doce años, el gobierno sólo ha mejorado en 6 puntos el registro de trabajadores. Por otro lado, la diferencia salarial entre trabajadores registrados y no registrados se incrementó. En 2001 un trabajador en negro cobrara el 73% del salario de un trabajador “en blanco”. Para 2013 ese porcentaje disminuyó al 62%.
Otra forma de conocer la calidad de los empleos creados es observar las ramas económicas que han generado mayor cantidad de puestos: construcción, agricultura, gastronomía.Estas actividades pasaron de contener el 58% del empleo en 2003 al 61,46% en 2012. Se trata de los sectores con mayor empleo en negro y salarios más bajos. Por ejemplo, construcción tiene un 70% de trabajo no registrado. Mientras los obreros en blanco de ese sector ganan un promedio de 7.300 pesos, los que están en negro perciben 3.700 pesos en promedio.
La recuperación salarial es otro pilar del relato. Sin embargo, la última década implicó una caída del poder adquisitivo respecto a la década de los ‘90. Mientras entre 1990 y 1999 el promedio salarial se ubicó en 6.079 pesos, entre 2003 y 2013 esta cifra descendió a 5.342 pesos. Además, en 2014, el nivel salarial ha caído un 9% respecto al 2013. Estos datos quedan al denudo cuando el gobierno anuncia que el 50% de los asalariados percibe hoy menos de 5.500 pesos.
Estas cifras dan cuenta del achatamiento de los ingresos de la clase obrera. Por ello, no es de sorprender que hoy la pobreza en Argentina se ubique en torno al 18%, realizando un cálculo cauto, ni que el gobierno se niegue a brindar datos oficiales. Lo más interesante acerca del crecimiento de la pobreza es que esta abarca a una porción cada vez mayor de asalariados. El 7,3% de los trabajadores en blanco se ubica por debajo de la línea de pobreza. Pero la situación es más grave entre los trabajadores en negro: un 31% son pobres. Ante este panorama existen alrededor de 13 millones de beneficiarios de planes sociales. Es decir, personas que aun dependen de la asistencia estatal para subsistir.
La erosión salarial por efecto de la inflación ha obligado a los trabajadores a renegociar año a año sus ingresos. En los últimos años, esa negociación no logró equiparar la inflación. Pero además, el salario de los trabajadores formales ha comenzado a sufrir los últimos años un ataque impositivo a través del Impuesto de las Ganancias. Dado que el mínimo no imponible se mantiene estable, pero los salarios se incrementan por la inflación, cada vez más trabajadores registrados tributan un impuesto que les debería ser ajeno. De hecho, el 40% de la recaudación a personas físicas se realiza sobre asalariados.
El Gobierno argumenta que se trata de un tributo solidario de los trabajadores “ricos” hacia los que menos tienen. Sin embargo, aquellos que tributan Ganancias no necesariamente ganan fortunas. Sus salarios parten de los 15.000 pesos. Para que se entienda la magnitud de esta cifra hay que tener en cuenta que en la Ciudad de Buenos Aires, una familia tipo que debe alquilar necesita 12.000 pesos por mes para vivir. Es decir, el Gobierno le quita a una parte de los trabajadores que ganan salarios no muy elevados, para darle a otra parte que gana salarios aún más paupérrimos. Esto no puede caracterizarse como una verdadera redistribución, porque ello consistiría en quitarles a los “ricos”, es decir a los que perciben ganancias, para darles a los “pobres”. La única redistribución que hay es de miseria.