Eduardo Sartelli discute con el filosofo K Ricardo Forster, El Argentino, 20/6/2009.
Igual que José Pablo Feinmann, aunque con un lenguaje más “globalifóbico”, Forster actúa como un prestidigitador inexperto cuya mano es más lenta que la vista: no hace falta mucha habilidad para descubrir el as en la manga.
En Veintitrés, el filósofo K Ricardo Forster utiliza la metáfora de la peste, a propósito de la pandemia porcina, para explicar cómo el “sistema” nos “disciplina”. La disciplina del miedo se vuelve la norma en la sociedad dominada por empresas caracterizadas por “la avaricia y la inescrupulosidad”. Obviamente, ante tal conjunción de fuerzas “oscuras” la democracia se pierde. Se pierde por el “uso del secreto” y la “proliferación de prácticas que tienen como destino principal la reproducción exponencial del miedo”. Con el auxilio de los “medios”, dice Forster escribiendo en uno de ellos luego de aparecer recurrentemente en televisión, se ponen “los recursos del universo científico-técnico en beneficio de unos pocos, de aquellos que siguen adorando al dios de la rentabilidad y la ganancia”.
No por banal, el argumento es menos repetido. Forster recoge una larga tradición (que él mismo se encarga de citar) que pretendiendo hablar del “sistema”, en realidad habla de sus manifestaciones. Preocupado en pinchar los granos (por seguir con la metáfora epidémica), cree que va a curar la viruela, sin entender, en lo más mínimo, la naturaleza de la enfermedad. Va de suyo que, sin atacar el virus, termina desfigurando la cara de un enfermo que no mejorará nunca. Es más: sufrirá innecesariamente la práctica de un aprendiz de brujo.
El “sistema” no es un conjunto de empresas “enormes” y alejadas de la gente común. El sistema, ahora sin comillas, es un conjunto de relaciones sociales que se repiten a lo largo de toda la sociedad. El capitalismo, el virus cuya existencia real Forster desconoce, es la General Motors, las empresas farmacéuticas más grandes del mundo y la fábrica de bicicletas de la esquina, al lado de la farmacia, también, de la esquina. Dicho de una manera más precisa: el capitalismo es EE.UU., Irán, Venezuela, Bolivia, la Argentina. Allí donde la base de la vida social enfrente a propietarios de medios de producción (el “capital”) con propietarios de una sola cosa, su capacidad para trabajar, tenemos capitalismo. Y con él tenemos lo que tuvimos siempre: un control férreo de todos los medios con los que se produce la vida. Siempre fue así en todos lados donde dominó y domina el capitalismo: en la Alemania de Hitler, en la Suecia de la socialdemocracia, en la Argentina de Perón y de Kirchner. Y seguirá siendo así mientras el capitalismo viva.
Por esa razón, la democracia no existe ni existirá nunca en la sociedad en la que vivimos: los dueños del poder económico son los dueños del poder social y, por ende, de todos los demás “poderes”, que no son más que manifestaciones que brotan de esa “enfermedad” fundamental.
La “democracia” en la que estamos, y un universitario debiera saberlo, no es más que la superestructura política momentánea de una estructura que persiste más allá de los cambios circunstanciales. Igual que el alfonsinismo de los años ’80 y coincidiendo con Carrió, Forster cree en una democracia “sin adjetivos”. Pues bien, la cosa nunca existió: hubo una democracia en Atenas que expresaba la superioridad de una fracción de los seres humanos que componían la “cuna de la filosofía”, el dominio de los esclavistas. Cuando vemos a los espartanos de Termópilas, junto con los atenienses de Salamina, luchar “por la libertad”, no los vemos enfrentar a los malos y opresores persas en defensa de un concepto abstracto, sino reivindicar su derecho exclusivo a explotar seres humanos. Cuando hablamos de democracia en el mundo actual, hablamos de democracia burguesa, como cuando antes hablamos de democracia esclavista: la dictadura de la burguesía (de los amos) en momentos de plena hegemonía.
En efecto, ninguna clase social gobierna sentándose sobre las espadas, que sirven para todo menos para eso, recordaba Napoleón. Es necesario convencer a los explotados de la necesidad y naturalidad de su dominio, el viejo tema gramsciano del “consenso”. Mientras nada importante se discuta, que voten lo que quieran. Es más, que digan lo que quieran. Cuando alguien se atreva a pasar los límites, habrá entrado al campo del delito y será punible. Y si los que pasan los límites son mayoría, al diablo las bellas palabras, se reivindicará el estado de excepción y el núcleo de la dominación, el monopolio de la violencia, se expondrá abiertamente para volver todo a su cauce.
Esto funciona así desde que existen las sociedades de clase y no se terminará hasta que no acabe la causa que la provoca: la propiedad privada como nexo elemental entre los seres humanos.
En consecuencia, resulta de una ingenuidad sorprendente la apelación a teorías conspirativas más dignas de película de Mel Gibson que de un análisis social serio. Esta banalización de la ciencia social sirve para generar la absurda idea de que, sin cambiar las bases mismas de la sociedad, se pueden evitar sus consecuencias. Sirve para esconder a un capitalista detrás de otro: Bush, Berlusconi, Sarkozy, malo, malo. Obama, Evo, Kirchner, bueno, bueno. La continuidad del dominio económico, social y político de la misma clase social, la burguesía, es eliminado del análisis. Algo lógico si se recuerda que Forster ha reemplazado el estudio de las relaciones sociales por el de una conspiración de “fuerzas oscuras”. El gobierno militar mató mucha gente: más de 10.000 desaparecidos. Malo, malo. Pero desde que Alfonsín reemplazó a Bignone, todo siguió igual para la clase obrera de este país. Más de diez mil niños obreros se mueren por causas evitables todos los años antes de llegar al año de vida. Dicho de otra manera: todos los años el capitalismo argentino y sus representantes libran un Proceso militar contra los niños obreros de este país. Y seguirá ocurriendo mientras este tipo de sociedad siga con vida.
Forster cree que todo es una conspiración manejada por los medios (mientras, insisto, aparece cada dos por tres en ellos para defender al gobierno capitalista de Néstor Kirchner). Que la inseguridad es una “sensación”, en lugar de la expresión de una sociedad que se descompone y, en su descomposición, para seguir con la metáfora médica, infecta al conjunto del cuerpo social. La inseguridad es un problema real: no es más que la consecuencia lógica de la destrucción de condiciones de existencia razonables para amplias masas de la población. Es así aquí y en cualquier país capitalista y se agrava con el tiempo a medida que las masas expropiadas aumentan y las condiciones de vida se degradan.
Igual que José Pablo Feinmann, aunque con un lenguaje más “globalifóbico”, Forster actúa como un prestidigitador inexperto cuya mano es más lenta que la vista: no hace falta mucha habilidad para descubrir el as en la manga. ¿En qué consiste el truco? En ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Sólo así se puede criticar al “sistema” y defender, al mismo tiempo, a uno de sus representantes egregios. Miserias de la filosofía K.
*Es licenciado en Historia de la Universidad de Buenos Aires, donde investiga y dicta clases, igual que en la Universidad de La Plata. Ha publicado numerosos artículos en revistas de su especialidad y de divulgación. Es director del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (CEICS) e integrante del comité editorial de Razón y Revolución y El Aromo. Su libro La cajita feliz. Un viaje a través del capitalismo anticipó la actual crisis financiera de EE.UU.