Escribe Ianina Harari, investigadora del CONICET y del Centro de Estudio e Investigación en Ciencias Sociales.- 5/05/2015
El primero de mayo se conmemora en todo el mundo el Día de los Trabajadores. Resulta una buena fecha para hacer un balance de la situación de este sector de la sociedad. En Argentina, el gobierno intenta imponer una mirada según la cual los obreros tendrían mucho por festejar. El «modelo» que habría impuesto el kirchnerismo en oposición al neoliberalismo de los 90 los habría tenido como protagonistas y principales beneficiarios.
Uno de las principales transformaciones habría sido la creación masiva de empleo, gracias a lo cual hoy, en Argentina, la tasa de desempleo se encontraría en 6,9%. Lo interesante es analizar la calidad del empleo creado. En primer lugar, la creación de empleo no redundó en un mayor registro de trabajadores. Mientras el promedio de empleo no registrado en la década del 90 se ubicó en torno al 40%, en 2014 tenemos un 34,3% de trabajadores «en negro». Tras 10 años, solo se ha mejorado en 6 puntos el registro de trabajadores, mientras que la diferencia salarial entre trabajadores registrados y no registrados se incrementó. En 2001 un trabajador «en negro» cobrara el 73% del salario de un trabajador «en blanco». Para 2013 ese porcentaje disminuyó al 62%.
Otro indicador importante a observar son las ramas económicas que han generado mayor cantidad de empleo: construcción, agricultura, gastronomía. Estas ramas pasaron de contener el 58% del empleo en 2003 al 61,46% en 2012. Se trata de las ramas con mayor empleo en negro y salarios más bajos. Por ejemplo, construcción tiene un 70% de trabajo no registrado. Mientras los obreros en blanco de ese sector ganan un promedio de 7.300 pesos, los que están en negro, perciben 3.700 pesos en promedio.
En términos salariales, la última década ha implicado una caída en términos de poder adquisitivo respecto a la década de los 90. Mientras entre 1990 y 1999 el promedio salarial se ubicó en 6.079 pesos, entre 2003 y 2013 esta cifra descendió a 5.342 pesos. Además, en 2014, el nivel salarial ha caído un 9% respecto al 2013. El propio gobierno denuda estos datos cuando afirma que el 50% de los asalariados percibe hoy menos de 5.500 pesos.
Con este nivel de chatura salarial, no es de sorprender que hoy la pobreza en Argentina se ubique en torno al 18%, aunque el gobierno se niegue a brindar datos oficiales. Lo más interesante cuando se analiza el nivel de pobreza es que ésta abarca a una porción cada vez mayor de asalariados. El 7,3% de los trabajadores en blanco se ubican por debajo de la línea de pobreza. Pero la situación es más grave entre los trabajadores en negro: un 31% son pobres. Ante este panorama, en Argentina existen alrededor de 13 millones de beneficiarios de planes sociales. Es decir, personas que aun dependen de la asistencia estatal para subsistir.
En estos diez años el gobierno ha atacado el nivel salarial mediante la inflación, lo que ha obligado a los trabajadores a renegociar año a año sus ingresos. En los últimos años, esa negociación no logró equiparar la inflación. Pero además, el salario de los trabajadores formales ha comenzado a sufrir los últimos años un ataque impositivo a través del Impuesto de las Ganancias. Dado que el mínimo no imponible se mantiene estable, pero los salarios se incrementan por la inflación, cada vez más trabajadores registrados tributan un impuesto que les debería ser ajeno. De hecho, el 40% de la recaudación del tributo se realiza sobre asalariados.
El Gobierno argumenta que se trata de un tributo solidario de los trabajadores que más ganan hacia los que menos tienen. Sin embargo, aquellos que tributan Ganancias no necesariamente ganan fortunas. Sus salarios parten de los 15.000 pesos. Para que se entienda la magnitud de esta cifra hay que tener en cuenta que en la Ciudad de Buenos Aires una familia tipo que no es propietaria de una vivienda necesita 12.000 pesos por mes para vivir. Es decir, el Gobierno le quita a una parte de los trabajadores que ganan salarios no muy elevados, para darle a otra parte que gana salarios aún más paupérrimos. Esto no puede caracterizarse como una verdadera redistribución, porque ello consistiría en quitarles a los «ricos» para darles a los «pobres». Aquí, en todo caso, lo que vemos es que se intenta que los pobres se arreglen entre ellos con lo poco que reciben.