Por Nadia Bustos
La crisis económica mundial llevó hacia la debacle a las experiencias nacionales más débiles. La consecuencia de esto es la balcanización y la descomposición de la vida social en esos lugares. La mayoría de los Estados de África y Medio Oriente son la expresión de este proceso. Las principales potencias se están disputando el control de la reconstrucción de esos espacios, para garantizar el interés de los capitales que representan. Estamos presenciando un aumento de los enfrentamientos entre los distintos bloques, liderados por China, por un lado y Estados Unidos, por el otro.
A comienzos de enero, Arabia Saudita rompió relaciones con Irán. La decisión se inscribe dentro de una coyuntura particular para la región: el levantamiento de las sanciones que pesaban sobre la República Islámica, en el marco del acuerdo nuclear negociado con Estados Unidos. De esta manera, Irán reingresa al mercado petrolero y hace descender el precio del crudo. Se trata de un golpe para la economía de los Estados petroleros del Golfo. Además representó un cambio en las alianzas históricas de la región. Estados Unidos apeló a Irán para estabilizar un territorio en conflicto. El objetivo era restablecer un regulador de la vida social en la región, en un contexto donde la crisis amenaza con extenderse a Europa. Diferentes potencias comenzaron a lanzar públicamente una propuesta para conformar una alianza lo más amplia posible. Francia aspiraba a reunir, en un mismo frente, a Rusia y a Estados Unidos. Sin embargo, el acuerdo entre estos dos últimos países para realizar ataques conjuntos no fue posible.
Rusia y Estados Unidos tienen intereses encontrados en diferentes conflictos a nivel mundial. Uno de ellos es Ucrania. Otro de los focos de enfrentamiento fue Siria. El crecimiento de las tensiones entre los bloques intervinientes exacerba la defensa de cada una de las posiciones en juego. Una expresión de ello fue el derribo del avión ruso por parte del Gobierno de Turquía, en noviembre del año pasado. África, territorio rico en minerales y materias primas, es otro de los escenarios de la disputa.
Si observamos los Estados involucrados en los conflictos, todos aumentaron el presupuesto destinado al aparato militar en el extranjero en los últimos cinco años. Quienes más lo hicieron fueron China (76%), seguida por Irán (54%), Rusia (36%), Alemania (25%), Francia (18%) e Inglaterra (14%). Como vemos, quienes más incrementaron su gasto en el extranjero son las potencias ligadas al eje China-Rusia. El único país que redujo su envío de fondos es Estados Unidos, pero debe tenerse en cuenta que aún con esa reducción la potencia duplica el presupuesto de quien le sigue en importancia (China). Estados Unidos mantiene su liderazgo indiscutido en cuanto a capacidad de intervención a nivel mundial, pero en los últimos años el resto de las potencias intentó acercarse. Si observamos el presupuesto como porcentaje del PBI, se aprecia que mientras el bloque Estados Unidos-Europa disminuye ese porcentaje, el bloque China-Rusia lo aumenta.
Detrás de cada guerra civil encontramos el interés de las potencias en cuestión
Otro elemento a tener en cuenta es la capacidad armamentística nuclear. Hasta hace cinco años, Estados Unidos tenía la supremacía absoluta, con 3.806 ojivas. El gigante norteamericano redujo para 2014 el número a 3.348. Rusia lo sigue de cerca, con 3.082 ojivas. Además, ambos países aumentan el número de tropas en el extranjero. Estados Unidos pasó de tener 188 mil efectivos en 2010 a contar 250 mil en 2014. Rusia posee un número menor de tropas, pero aun así aumentó significativamente. En 2010 contaba con 3.900 tropas en el extranjero. En 2014 la cifra trepó a los 17.200. El país comandado por Vladimir Putin aumentó su potencial militar en todos los aspectos. China planea construir su primera base militar en el extranjero nada menos que en Djibouti, país con ubicación estratégica en Medio Oriente. Djibouti alberga bases de Estados Unidos, Japón y Francia. Además, el gigante asiático está interesado en construir islas de arrecifes en el Mar del Sur, con el objetivo de establecer bases militares en ese lugar.
Estos datos muestran el crecimiento del poder destructor y un aumento de las tropas en el exterior de las potencias que se disputan la supremacía mundial. Hasta ahora, no obstante, resulta difícil para cualquiera acercarse al enorme potencial militar norteamericano, pero eso no quiere decir que no pueda disputarse esa supremacía en lugares puntuales.
Detrás de cada guerra civil encontramos el interés de las potencias en cuestión. Es el agravamiento de la rivalidad lo que impide una estrategia común de intervención y potencia la descomposición social. La guerra es la forma más encarnizada que toma la competencia capitalista. Bajo esta lógica, la obtención de ganancias se encuentra por encima de la vida de cualquier ser humano. Latinoamérica no está exenta de este proceso. Sólo es una cuestión de tiempo.
La autora integra el Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales, donde se desempeña como investigadora del Grupo de Análisis Internacional