Por Nicolás Villanova
Doctor en Historia e investigador del CEICS
Según el INDEC, la tasa de desempleo en los últimos dos años habría sido del 6 y 7%. Incluso, para el organismo, no habría desocupados en el aglomerado del Gran Resistencia, Chaco, y esa provincia estaría ante una situación de pleno empleo. Sin embargo, estas cifras resultan engañosas y su estimación parte de criterios inconsistentes que tienden a ocultar a una gigantesca porción de la población que se encuentra sin trabajo y que no es registrada como tal por el organismo de estadísticas oficiales. El INDEC considera desocupados a quienes no tienen empleo pero lo buscan activamente en el transcurso del mes en que se realiza la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Este criterio sólo tiene en cuenta la voluntad de la persona (el “deseo” de buscar empleo) y un período de tiempo escueto (sólo un mes). Entonces, si una persona se ha cansado de buscar empleo y no lo encuentra, y por ello abandona la búsqueda (los denominados “desalentados” por ejemplo), no es considerada desocupada sino “inactiva”. A su vez, si una persona dejó de buscar empleo durante un mes y medio antes de ser encuestada por el INDEC tampoco sería registrada como desocupada. Por otra parte, el INDEC considera “ocupado” a toda persona que haya trabajado al menos una hora en la semana en que se realiza la encuesta. Consecuentemente, las cifras de desempleo son subestimadas y la cantidad de ocupados es sobreestimada.
Una estimación más realista (aunque hasta cierto punto conservadora) permite analizar la evolución del desempleo, al menos aquel que se manifiesta de manera más evidente. Si a la tasa de desempleo que mide el INDEC le sumamos: a) la población que se ocupa en empleos informales o changas y cuya jornada de trabajo semanal es menor a las 12 horas (o sea, una fuerza de trabajo subutilizada que alterna momentos de desempleo); b) los desalentados (es decir, aquella población que debido al estancamiento económico o caída de la actividad no encuentra trabajo y se cansó de buscarlo); c) la población joven de 18 a 30 años que no trabaja (es decir, una fuerza laboral en potencia pero en desuso) y que reside en hogares cuyo jefe es un asalariado pobre, un desocupado que busca trabajo, o bien, un desocupado desalentado; y, d) los beneficiarios de planes de empleo (o sea, personas carentes de trabajo a quienes el Estado asiste para no incrementar la cifra de desempleo), la tasa real de desocupación cambia sustantivamente.
Visto en perspectiva histórica, el promedio porcentual del desempleo bajo el kirchnerismo fue del 28%, cifra que supera el promedio que rigió bajo la década menemista (25,4%). Sólo en el año 2014, el porcentaje de desocupados sobre la población económicamente activa habría sido del 25%, lo que implica estimativamente más de 4,6 millones de personas. Esta cifra triplica la tasa estimada por el INDEC (ver gráfico). En Chaco, por su parte, muy lejos del pleno empleo, la desocupación supera el 20%. Lo mismo sucede en Gran Catamarca, Gran Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Río Gallegos y Rosario, entre otros aglomerados urbanos.
Sin embargo, esta medición resulta parcialmente conservadora, puesto que no tiene en cuenta a toda la población que objetivamente se encuentra en una situación de desocupación latente, es decir, al borde de pasar a engrosar las filas del desempleo abierto (la cual es difícilmente captable a través de la EPH). ¿Acaso un obrero que se “ocupa” en una empresa privada y que percibe un plan RePro, es decir, que el Estado le paga un porcentaje de su salario, habida cuenta de que la empresa manifiesta su situación de quiebra, no es un desocupado en potencia? ¿Y toda la población que percibe el “beneficio” de la jubilación anticipada no constituye una porción del desempleo latente?
Por su parte, al desempleo real se le opone su contracara: el sobre-empleo y la intensidad en las jornadas de trabajo. Bajo el capitalismo, los empresarios se las rebuscan para utilizar la fuerza de trabajo al máximo del tiempo posible. En efecto, un 17% del total de ocupados trabaja por jornadas que superan las 48 horas semanales. Si promediamos la cantidad de horas trabajadas por encima de las 48 horas y la multiplicamos por la cantidad absoluta de esa población con sobre-empleo, el resultado es contundente: sólo durante el año 2014 podrían haberse creado 2,2 millones de puestos de trabajo por jornadas de 40 horas semanales. Es decir, el desempleo abierto se reduciría a la mitad con sólo hacer cumplir la jornada diaria de 8 horas.