La guerra y la crisis política
El año 1981 resultó ciertamente crítico para la dictadura. En sus comienzos, Martínez de Hoz tuvo que reconocer el fracaso de su plan y hubo que realizar un recambio no sólo de ministerio, sino de gobierno (Viola por Videla). A su sucesor, Sigaut, no le fue mucho mejor. Su frase “el que apuesta al dólar, pierde” se hizo tristemente famosa. Ese año, se registraron 2.712 quiebras contra 829 de 1980. La inflación fue del 131% y el déficit presupuestario superaba el 8% del PBI. Hacia fines de año, se congelaron los aumentos salariales para el sector público. Las dos CGT (Azopardo y Brasil) comenzaban una recuperación de su actividad y la segunda mitad del año fue testigo de varias huelgas, en especial, en la industria automotriz. La Multipartidaria (la congregación de los principales partidos burgueses), empezaba a reunirse con las autoridades y la diplomacia internacional (principalmente, EE.UU.) presionaba para un cambio de régimen. En términos políticos, en 1981 Argentina tuvo cinco presidentes: Videla, Viola, Liendo, Lacoste y Galtieri. Todo un síntoma de la crisis. El último de ellos, accedió mediante un golpe de estado pergeñado por la Marina, el 15 de diciembre. La nueva Junta se compuso con Galtieri (que no dejó la comandancia del Ejército por temor a las internas), Anaya y Basilio Lami Dozo.
Viola, a través de su ministro del Interior, Horacio Liendo, intentaba una transición hacia el sistema partidario. Sin embargo, los planes de la Marina eran diferentes, ya desde tiempos de Massera. Su comandante, Jorge Anaya, promovió al jefe del Ejército de Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri, a la presidencia, a cambio de que éste aceptara su proyecto político, que incluía la recuperación de las islas del Atlántico Sur.
Es decir, el golpe de estado tenía como función obstaculizar la entrega del mando a los civiles y preparar una salida parecida al PRI mexicano o a la que impuso Pinochet. La ocupación de Malvinas era la pieza clave de ese entramado.
Las ambiciones de la Armada sobre Malvinas son antiguas, pero la ofensiva más visible data de 1974, cuando Juan José Lombardo, quien respondía a Anaya, elabora un plan para tomar Thule, una de las islas Sándwich. Ese plan se implementó exitosamente en diciembre de 1976, sin mayor reclamo británico. Lombardo fue el mismo que planificó la ocupación de Malvinas seis años después. En los primeros años del proceso, Massera, enfrentado con Videla, le exigió a éste que se procediera a la recuperación de Malvinas. Para evadir el asunto, Viola (Jefe del Estado Mayor del Ejército) y José Rogelio Villarreal (secretario de la Presidencia) le requirieron mayores detalles. Como el almirante no los tenía, tuvo que resignarse. No obstante, le encargó a Anaya que preparara un plan para tener a mano.
El 15 de diciembre de 1981, apenas se consumó el golpe, Anaya hizo llamar a Lombardo al Casino de Oficiales. Allí le comunicó que debía poner en marcha el operativo en completa confidencialidad. Más tarde, se le sumaría Osvaldo García (Jefe del V Cuerpo del Ejército con asiento en Bahía Blanca) y el comodoro Plessl.
Entre los motivos que lanzaron a la burguesía argentina a la aventura armada hubo también un componente internacional. La posición argentina se caracterizaba por su férrea alianza con los EE.UU. La Junta pretendía convertirse en el principal baluarte norteamericano en el continente. Para ello, había apoyado el golpe de Luis García Meza contra el presidente electo Hernán Siles Suazo, el 18 de julio de 1980 y había enviado efectivos para la lucha contrarrevolucionaria en Honduras, El Salvador y Nicaragua. Se había ofrecido para conformar el contingente que garantizaría los acuerdos de Camp David en el Sinaí, pero Washington prefirió no distraer las fuerzas en Centroamérica. En 1981, Washington levantó el embargo de armamentos contra la Argentina, votado en 1979 (enmienda Humphrey –Kennedy).
En ese contexto, la Junta evaluaba que una victoria militar podía posicionar al Estado argentino como garante de la política contrarrevolucionaria. Esa posición implicaba no sólo mejores acuerdos diplomáticos, sino una más fluida asistencia militar y económica. La frustración que representó la mediación con Chile, la entrega de Rhodesia (colonia británica) sin mayor combate y la sucesiva reducción del presupuesto militar británico, alentaron las expectativas del gobierno sobre la posibilidad de un golpe de mano en Malvinas. El anuncio del retiro del único buque militar inglés en el Atlántico Sur (el Endurance), terminó de convencer a la Armada de su proyecto. Como vemos, no se trataba de un enfrentamiento con el imperialismo, sino una empresa reaccionaria que buscaba perpetrar un régimen de persecución a la clase obrera y convertirlo en la dirección del combate a la revolución a nivel continental.
El 11 de marzo, en lo que fue denominada Operación Alfa, el empresario Constantino Davidoff llevó tripulación argentina en el buque Bahía del Buen Suceso y, sin autorización británica, desembarcó en Leith (Georgias), donde se izó la bandera argentina. El incidente desató una serie de reclamos diplomáticos, disuadió a Gran Bretaña de no reducir sus esfuerzos militares y quitó el factor sorpresa a la futura ocupación. Esa isla iba a quedar bajo el gobierno militar de Alfredo Astiz, que luego la rindió sin disparar un solo tiro.
El 30 de marzo se lanza la fuerza de ocupación de Malvinas, que debía desembarcar en Puerto Stanley. El 1, contando con esa información, Ronald Reagan intenta comunicarse con Galtieri para advertirle que, en caso de guerra, EE.UU. apoyaría a Gran Bretaña. Galtieri decide no atender hasta pasadas las 22, hora en que el desembarco se tornaba irreversible. El 2 de abril, se produce la ocupación de Puerto Stanley y se arrestan a las autoridades militares británicas. Las fotos recorren el mundo y en Londres se produce agrava la crisis política que ya venía soportando el gobierno. Lord Carrington, a cargo del Foreign Office, renuncia.
El contraataque británico comenzó en el campo diplomático. El 3 de abril, consiguió que el Consejo de Seguridad de la ONU emitiera la resolución 502, que ordenaba el cese de hostilidades y “un inmediato retiro de todas las fuerzas argentinas de las Islas Falkland (Islas Malvinas)”. Votaron a favor, entre otros, Gran Bretaña, EE.UU., Japón y Francia. Se abstuvieron la URSS, China, Polonia, España. Allí comienza las mediaciones para intentar llegar a un acuerdo que evite el conflicto armado. La más importante de ellas fue la que llevó a cabo el secretario del Departamento de Estado, Alexander Haig. El funcionario norteamericano, enviado directo de Reagan, fue dos veces a la Argentina y a Londres. Dos veces había estado a punto de llegar a un acuerdo. En la primera, fue la intransigencia argentina de pretender que para el 31 de diciembre se solucionase el problema de la soberanía.
En medio de estas conversaciones, Galtieri, el PJ y la CGT llamaron a una concentración en apoyo a la ocupación para el 10 de abril. Fue todo un éxito, ya que se convocaron 150.000 personas. Era la primera vez que la Junta lograba llenar una plaza. Sin lugar a dudas, este hecho dio fuerza a una salida política que contemplase un partido militar, lo que requería mayor intransigencia con Gran Bretaña e incluso con EE.UU., que el 30 de abril anunció sanciones económicas contra la Argentina.
En la segunda mediación, la expresa oposición de la Armada que amenazó con provocar otro golpe de estado. Luego, hubo otras dos mediaciones: la de Belaúnde Terry (presidente de Perú) y la de Javier Pérez de Cuellar (Secretario General de la ONU). En ambos casos, lo que obturó el acuerdo fue la exigencia británica de contemplar los “deseos” y no los “intereses” de los isleños, lo que abría la puerta para ejercer el derecho de autodeterminación, que ponía a las islas en la órbita británica. En última instancia, el hundimiento del Belgrano (2 de mayo), fuera de la zona de exclusión, mientras se llevaban a cabo las negociaciones, terminó por sepultar cualquier alternativa. El enfrentamiento ahora sería predominantemente militar.
La guerra se extendió del 2 de mayo (hundimiento del Belgrano) hasta el 14 de junio, día en el que el gobernador militar Mario Benjamín Menéndez rinde la plaza de Puerto Stanley. La ocupación argentina se concentró en la Isla Soledad, la isla más importante y la que contenía la capital (al este de la misma). Sólo se dejó un contingente menor en la Gran Malvina.
La ofensiva británica encontró muy poca resistencia y tuvo dos fases. La primera es el cerco naval y aéreo, construido entre el 2 y el 21 de mayo. Mediante esta acción, se logró obstaculizar el suministro a las islas, acosar los puntos de defensa y producir un desgaste en los ocupantes. La noche del 15 al 16 de mayo el ejército inglés realizó exitosamente dos operaciones de suma importancia. En primer término, destruyó, cerca de San Carlos, el buque mercante argentino Isla de los Estados, que transportaba abastecimientos para las tropas. Un navío que llevaba a bordo una plataforma de lanzamiento de cohetes múltiples estacionados en la isla Gran Malvina. En segundo, atacó exitosamente los aviones de la base aérea de la Isla de Borbón, que permitían cuidar y patrullar el puerto San Carlos (al oeste de la Isla Soledad). Justamente en este puerto se iniciaría la ofensiva terrestre.
La noche del 21 de mayo, la infantería de marina británica desembarcó 4.000 efectivos y logró establecer una cabeza de playa. Entre el 27 y 29 de mayo, las tropas británicas avanzan sobre el estrecho Darwin-Pradera de Ganso (Goose Green) y logran derrotar a las argentinas. Esta región constituía el pasaje que comunicaba el norte con el sur de la Isla Soledad. El 8 de junio se produjo la única acción favorable a la argentina. Las tropas británicas desembarcaron en Bahía Agradable, cerca de Puerto Stanley. El ejército argentino decide, entonces, volar el puente sobre el río Fitz Roy, que comunica la bahía con las islas. Por lo tanto, las fuerzas británicas deciden desembarcar en Bluff Cove, siendo atacadas por la fuerza aérea argentina, en lo que fue su victoria más importante. Este suceso, sin embargo, no decidió las acciones y sólo retardó la derrota final. Con las tropas de San Carlos y de Darwin, el general Jeremy Moore se puso al frente del asedio a Stanley. La capital está cercada por el mar al este y por una serie de montes al oeste. Entre el 12 y el 14 de junio, Jeremy Moore desistió de un movimiento de pinzas y decidió avanzar frontalmente sobre la línea de los montes Longdon-Dos Hermanas-Harriet y el Tumbledown. Los cuatro montes dieron lugar a cuatro batallas donde se trazó la derrota argentina. Cuando los británicos se acercaron a Puerto Stanley, no había nada que hacer.
Analizar en profundidad las causas de la derrota militar llevaría demasiado espacio para lo que intenta ser un prólogo, pero puede señalarse dos razones determinantes. En primer lugar, se trata de dos estados con diferente capacidad de choque y con diferente peso en las relaciones mundiales.
Las FF.AA. argentinas contaban con 230.000 hombres, en su mayoría conscriptos (que para abril no tenían siquiera la preparación necesaria). La aviación tenía 65 aviones de combate, pero sólo podía coordinar seis al mismo tiempo. A Malvinas se mandó un contingente de 12.000 hombres, la mayoría conscriptos sin experiencia alguna y 20 helicópteros. Gran Bretaña poseía un ejército de 350.000 hombres, todos profesionales. El Estado Mayor argentino no tenía experiencia alguna en un conflicto de esta envergadura y pocas veces se habían realizado maniobras conjuntas entre las tres fuerzas. Gran Bretaña había peleado dos guerras mundiales y varias guerras en Asia y África durante este siglo. Para Malvinas, Londres armó un contingente de 28.000 hombres, movilizando todos los recursos de la flota, 110 navíos, de los cuales 33 eran de combate y 60 de apoyo, con 38 aviones y 140 helicópteros. Además, Gran Bretaña era la punta de lanza de la OTAN en momentos donde se estaba desarrollando la crisis en Polonia y la guerra del Líbano, episodios de mucha mayor importancia que Malvinas. Por lo tanto, contó con la asistencia diplomática y militar norteamericana (base de la Isla Asención y radares). Si esto fuera poco, dispuso también de la asistencia chilena. En particular, de la base en Punta Arenas (más cerca de Malvinas que Puerto Belgrano), lo que compensó la ventaja argentina por la cercanía geográfica.
Pero hay una segunda razón de orden coyuntural: la Junta no se preparó para un conflicto de esta magnitud y, ante los hechos, no se resolvió a presentar mayor resistencia, por temor a una escalada bélica que implicara bombardeos al continente.
Consciente de sus propios límites, prefirió minimizar las pérdidas. Por ejemplo, luego del hundimiento del Belgrano, la Marina retiró sus buques del conflicto y aceptó el bloqueo marítimo. Las islas sólo pudieron ser abastecidas por aire, de allí de lo deficiente de los suministros. Se trata de una decisión inédita. Otro ejemplo que puede citarse es la decisión de priorizar los ataques a los buques de guerra antes que a los navíos logísticos y los transportes de tropa, más indefensos y de mayor importancia. De haber perdido uno de sus dos portaviones, Inglaterra hubiese estado en un serio aprieto. Un último ejemplo lo constituye una decisión sumamente curiosa.
Del 2 de abril al 21 de mayo, la Argentina tuvo la oportunidad de ampliar el aeropuerto de Puerto Stanley para poder operar con aviones de alto porte (Skyhawk, Mirage), abastecidos en las islas y con gran margen de horas de vuelo. Sin embargo, no se hizo nada de esto. Por lo tanto, se daba la paradójica circunstancia de que los aviones británicos tenían más minutos de combate en la zona de conflicto desde su portaviones que los argentinos.
Lo cierto es que la derrota sumió al gobierno argentino y al régimen militar en su conjunto en una profunda crisis política. El rechazo popular al gobierno, anticipado en la huelga del 30 de marzo, se intensificó al conocerse la noticia de la rendición. Los mandos medios comenzaron un serio cuestionamiento a sus superiores por la conducción. Las tres fuerzas se vieron enfrentadas. Anaya pretendía salvar su proyecto político. Lami Dozo quería utilizar el caudal que había ganado la aeronáutica para lanzarse a la arena política y el ejército pretendía evitar las acusaciones y volver al proyecto de Viola. Galtieri intentó mantenerse a flote, pero una reunión de generales del su propia fuerza le comunicó que debía dar un paso al costado. El 17 de junio asumió Cristino Nicolaides, con el objetivo de designar un presidente interino. La Armada y la Aeronáutica se negaban a que el nuevo mandatario saliera, otra vez, del ejército y hasta preferían un civil. Sin embargo, el 22 de junio, Nicolaides pasó el mando a Bignone, un general retirado contrario a Galtieri. En el acto las otras dos fuerzas anunciaron que se retiraban del gobierno. Ante este cuadro de suma debilidad, el nuevo mandatario se reunió con la Multipartidaria para acelerar la transición. Pero la dirigencia burguesa se negó a recibir el poder a menos que el conjunto de las tres fuerzas ungiera una salida y consensuara su lugar en un futuro gobierno constitucional, lo que incluía la revisión de la guerra contrarrevolucionaria. Luego de arduas negociaciones, el 10 de octubre, las dos fuerzas faltantes vuelven al gobierno.
La movilización política a fines de 1982 fue intensa. El 6 de diciembre se realizó el mayor paro general desde 1975 y diez días más tarde una movilización “por la civilidad” convocó a 100.000 personas. La crisis política, sin embargo, fue canalizada por los partidos burgueses. En particular, por la UCR. El alfonsinismo es el producto de esa crisis, de la cual tomó su fuerza. La crisis de conciencia de amplias masas fue conducida hacia el apoyo masivo y eufórico a la constitución.
¿Hay que reclamar por las Malvinas?
La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas.
En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica capitalista.
La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado (Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa.
La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño contra una de menor, hay que apoyar a esta última olvida no sólo la primacía del antagonismo de clase por sobre el nacional, sino que incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadura-democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la guerra Ruso-japonesa de 1904, el partido bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario.
Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: ¿las Malvinas son argentinas?
La respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles de años. Las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina. Para decirlo más científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y sólo desde ese punto de vista deben analizarse.
¿Cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo.
En cuanto al primer problema, se llama “cuestión nacional” a aquellos fenómenos que impiden el normal desarrollo de la vida económica y política de una población en el marco del capitalismo (ya que las naciones son una creación de la burguesía). Por ejemplo, en este momento, Afganistán tiene una causa nacional muy concreta: el ejército estadounidense está ocupando dicho país y, por lo tanto, el conjunto de la vida social se ve alterada. Si Gran Bretaña invadiese Buenos Aires o alguna otra provincia, seguramente tendríamos una cuestión nacional a resolver. En este sentido, la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿la Argentina está incompleta sin las Malvinas? ¿Cuál es la importancia económica o política de esas islas que impide el desarrollo del país?
La Argentina perdió las islas cuando ni siquiera se llamaba así. No obstante, logró construir un Estado Nacional y una economía capitalista. La importancia económica del territorio del que hablamos es prácticamente nula; su PBI es risible. Tampoco hay una población argentina viviendo allí bajo la tutela de un ejército invasor, como puede suceder en Palestina o en Irak. No vivimos mal por culpa de que los ingleses nos quitaron las Malvinas hace 180 años, ni vamos a vivir mejor si las recuperamos. Por lo tanto, la Argentina no está incompleta y Malvinas no es una causa nacional, más allá de lo que nos digan.
Veamos el segundo problema: más allá de si es una causa nacional o no, ¿de quién son las Malvinas? He aquí una pregunta que nadie osó responder seriamente y la razón es que, inevitablemente, hay que discutir el problema de la soberanía.
En un sentido puramente jurídico (burgués) del término, soberanía es, para el caso que nos ocupa, la potestad y jurisdicción de un Estado sobre un territorio. Y bien, ¿qué determina que un pedazo de tierra pertenezca a tal o cual entidad política? Durante el feudalismo, se creía que los territorios habían sido cedidos por Dios a determinada dinastía (previa mediación del Papa) y sólo por Él podían ser quitados (y de allí la justificación divina de los cambios dinásticos).
En el siglo XIX, la burguesía de cada región creó su propio Estado, con fronteras muy diferentes a las medievales. Nuevas entidades, más grandes (Alemania, Rusia) o más pequeñas (Argentina), fueron creadas. La justificación divina fue derribada. En su lugar, la burguesía proclamó la legitimidad histórica y geográfica. Pero esa unidad no existía: los estados abarcaban pueblos que habían permanecido separados o separaban lo que estaba unido. En ese marco, se crearon las “historias nacionales”, con el objetivo de instalar un pasado común, que no existió, como forma de justificar la nueva soberanía.
Ahora bien, si tomamos este criterio jurídico (sumamente superficial, como vimos), las Malvinas son tan argentinas como lo es Uruguay. Las primeras fueron separadas de nuestro territorio en 1833, sólo cinco años después que la Banda Oriental (1828) y no hay ningún año que oficie como línea divisoria entre lo que se puede reclamar y lo que no. Con ese criterio histórico, debiéramos devolver nuestro país al rey Juan Carlos de Borbón o incluso a los indígenas, (lo que requeriría dar una región a cada descendiente de cada una de las tribus). Del mismo modo, los EE UU deberían devolver California y Texas a México y México debería devolverse a sí mismo a los Aztecas, así como los musulmanes deberían recuperar España y, claro está, habría que hacer lugar a la expulsión de los palestinos, ya que a los israelíes les asiste un derecho que data de hace 3000 años. Como vemos, el reclamo por las Malvinas es algo ridículo: no son argentinas, son de los isleños.
No obstante, hay un problema central que no ha sido discutido y que nadie se atrevió a mencionar: si las Malvinas no fueran argentinas, ¿de quién serían? Dicho en buen criollo, ¿de quién es la Argentina?
La respuesta parece fácil: “De los argentinos.” Pues bien, eso no es cierto. El país no nos pertenece a todos, le pertenece a una clase social. La clase que es dueña de los campos, de las fábricas, de las casas, de nuestro tiempo libre, la que tiene en su poder todo lo que necesitamos para vivir, la que come bien y elige su futuro, la que tiene a la justicia en sus manos, la que tiene siempre las puertas abiertas de los despachos, la que nunca va a conocer una cárcel o las miserias de un hospital público. A esta gente pertenece la Argentina. Ellos son los soberanos. El resto no. El resto no es dueño de nada, o de casi nada.
El resto es la inmensa mayoría que debe vivir hacinado, sin poder curarse, trabajando más de la cuenta para poder comer, ver un rato a los chicos, la estupidez de Tinelli, dormir algunas horas y otra vez al trabajo. Argentinos a los que se les niega incluso un pedazo de vereda para dormir (porque ensucian, ¿vio?). Si algún día, algún gobierno recupera las islas, lo hará para ellos, para los propietarios del país, que correrán a hacer negocios.
Nuestra vida, en cambio, no se va a alterar en lo más mínimo. Las Malvinas no van a ser nuestras, porque la Argentina no lo es.