La sociedad argentina ocupa hoy el puesto 50 en porcentaje de dosis administradas (16%) pero el 60 en porcentaje de vacunaciones completas (1,9%) y sus 7 millones de vacunados son superados en números absolutos por otros 21 países. Los mil millones de dosis administradas hasta ahora han llegado a 150 países, no sólo a los que las han desarrollado, sino que los países sedes de los desarrollos han permitido su exportación (no sólo a través de Covax, el proyecto internacional de redistribución de vacunas para los países de medianos y bajos ingresos) sino de manera directa o deslocalizando la producción. Esa salida de vacunas al exterior se viene realizando aun antes de vacunar a la población residente en esos territorios. De esa manera, otros países importantes de la región han comprometido la llegada de dosis por arriba de su número de habitantes (Brasil 141%, Chile 219%, Perú 183%, México 129% y Argentina muy lejos con el 69%). Es necesario mencionar que la contabilidad en dosis permite inferir qué vacunando con las dos dosis previstas (salvo en el caso J&J) el porcentaje de población vacunada sería la mitad de los mencionados anteriormente. También es necesario decir que una vacunación masiva nunca puede llegar al 100% de la población ni necesita hacerlo. Lo importante del caso es que la Argentina tiene una baja cobertura en la vacunación, inflada comparado con otros países por el uso sistemático de una sola dosis y una previsión menor de llegada de vacunas a sus vecinos. Parte de esta diferencia se la podemos adjudicar a una estrategia diversificada en opciones practicada por los mismos. Por ejemplo, México tiene acuerdos con 10 empresas diferentes, Brasil y Perú con 7, y Argentina sólo con 4.
Frente a este déficit de alternativas se suma otro de orden ideológico que consiste en privilegiar la participación de un capital nacional en la cadena global de valor en lugar de obtener vacunas ampliando al máximo el abanico de opciones. Y así como el año pasado se festejó un acuerdo entre una empresa privada Argentina mAbxiencie, una británica AstraZeneca y una mexicana Liomont, como un logro de la argentinidad y se descartó la posibilidad de más acuerdos. Ahora se pondera exageradamente otro acuerdo entre privados que incluye a los laboratorios Hetero de la India, al Instituto Gamaleya de Rusia y el laboratorio Richmond, que realizaría aquí el envasado. Y se vuelve a ocultar el principal déficit que es la limitada cantidad de alternativas que tiene la Argentina. Sumando a esto que se publicitan las fechas proyectadas como seguras a pesar de anoticiarnos todos los días de la cantidad de obstáculos y sorpresas que van surgiendo. Desde la detención en EEUU de la vacunación con la vacuna de Johnson y Johnson, hasta los problemas y suspensiones de los avances del Instituto Butantan de Brasil para realizar, con la vacuna china Sinovac, el mismo proceso que realizaría aquí el laboratorio de Figueras con la Sputnik.
La realidad es que en Argentina se encuentran dos eslabones de dos cadenas distintas de producción de vacunas que compiten entre ellas. Claro que esto significa que existe la base de un desarrollo industrial posible basado en la combinación y reorganización racional de los recursos existentes para objetivos sociales. Pero en ausencia de esta reorganización y, en tanto estos capitales sólo buscan maximizar la rentabilidad produciendo para quién pague, la respuesta racional no es privilegiar a unos u otros, sino actuar en consonancia. Es decir, disponiéndose a comprar a cualquiera que venda lo que la población necesita.
En un país que exportó, en el año 2019, 60 millones de toneladas de granos y tiene una tasa de pobreza del 40% no hay una base razonable para inferir alguna relación directa entre lo que se produce y su aprovechamiento por parte de la población. Justamente porque en eso consiste el capitalismo, en la apropiación privada de la riqueza social.
Por lo tanto, sin eufemismos y tomando el toro por las astas, no es el momento del nacionalismo bobo sino de las soluciones prácticas para millones de trabajadores que habitan el territorio en primer lugar. Terminando ya mismo con la presencialidad, en todo el territorio. Presencialidad grotesca que obliga a una circulación innecesaria de millones de personas incluyendo, no sólo los niños, sino sus padres y los docentes. Que no mejora la educación, sino que la hace incomprensible en su variabilidad permanente: de burbuja en burbuja, de aislamiento y retorno, de presencialidad y virtualidad. Sin considerar que el principal inconveniente para una educación normal es la situación anormal de miles de muertos semanales y un sistema de cuidados intensivos que deberá elegir quien goza de su favor.
En segundo lugar, mientras no logremos modificar las relaciones sociales vigentes para estructurar la vida alrededor del bien común, vivimos en un capitalismo que la organiza a través del mercado. Por lo tanto, dejando de lado las soluciones imaginarias hay que salir a comprar vacunas de manera urgente, decidida y voraz.