Damián Bil sobre la industria de maquinaria agrícola en Argentina, Diario crítica, 7/7/2009.
Las ilusiones de que la Argentina se convirtiera en potencia retornaron con la devaluación y el supuesto modelo productivista post-2001. Entre 2002 y 2007, con el incremento de los volúmenes de las cosechas y precios internacionales favorables, las ventas de maquinaria agrícola aumentaron considerablemente. Varios fabricantes se reposicionaron, favorecidos por la devaluación, que redujo el “costo laboral”. Algunos lograron exportar a mercados secundarios. Parecía ser que, finalmente, la Argentina contaba con una rama no tradicional que podía insertarse en el plano internacional. No obstante, los últimos meses se han encargado de disipar esa sensación. En recientes oportunidades, la mayor parte de los miembros de la Cámara de Fabricantes de Maquinaria Agrícola se ha pronunciado sobre la crisis económica. Los principales dirigentes empresariales señalaron sus reservas en torno al futuro de la actividad. En la muestra Agroactiva 2009, realizada a comienzos de junio, varios empresarios manifestaron que, con suerte, llegarían a marzo de 2010. Un caso testigo es el de Agroindustrial San Vicente (ex Bernardín), cuyos trabajadores están en huelga y han tomado la planta. Este caso no es un episodio aislado ni consecuencia exclusiva de malas gestiones empresarias. Por el contrario, expresa los límites de este sector en la Argentina. Límites que tienen sus raíces en su propia historia.
Los orígenes de la producción local. Los primeros fabricantes de implementos surgieron en Santa Fe, donde se inició la colonización agrícola. La veloz expansión del área sembrada propició la instalación de herrerías para satisfacer la demanda. En 1864, Luis Tabernig fundó en Esperanza un local para fabricar los primeros arados de hierro de la provincia. Nicolás Schneider fue otro herrero que se volcó a este rubro, en 1878. Para fines de siglo XIX, Schneider comenzó a fabricar sembradoras, con buena aceptación. En 1895 existían en Santa Fe más de 2.500 fundiciones, que producían diversos artículos rurales. A medida que la expansión agropecuaria incorporaba otras zonas, se abrieron nuevos talleres para satisfacer la demanda. El motor de la expansión agrícola se trasladó en ese entonces al sur de Buenos Aires. Como en Santa Fe, aparecieron talleres rurales, como el de Juan Istilart en Tres Arroyos, en 1898. Aquí comenzaron a producirse implementos y accesorios agrícolas, como el embocador y el emparvador neumático para las antiguas trilladoras.
La producción de máquinas fue más tardía. Existieron iniciativas a fines del siglo XIX, pero fueron reducidas. Entre finales de la década de 1910 y principios de la de 1920, surgieron los primeros fabricantes de las modernas cosechadoras o “corta trilla”. Talleres, en su mayoría en la provincia de Santa Fe, comenzaron a reformar máquinas importadas. Luego, se dedicaron a la fabricación de equipos. Entre estos primeros fabricantes, podemos mencionar a Luis Gnero, de Colonia Susana, que en 1917 construyó la primera corta trilla nacional, a los hermanos Juan y Emilio Senor, de San Vicente (que instalaron la primera fábrica de cosechadoras de Sudamérica en 1921), Andrés Bernardín, Santiago Puzzi, de Clucellas, Miguel Druetta, de Totoras, y Alfredo Rotania y José Alasia, de Sunchales, entre otros. Las primitivas herrerías crecieron y, hacia 1937, producían 500 unidades anuales. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, nuevos capitales ingresaron: Roque Vassalli, de Firmat, GEMA, de Rosario, Santiago Giubergia, de Venado Tuerto, Marani, de Casilda, Araus, de Noetinger, Aumec, de Arequito, entre otros. Entre 1960 y 1979, período de máximo auge de la producción doméstica, el promedio de todas las plantas fue de 1.890 cosechadoras por año. Asimismo, se llegaron a exportar algunas máquinas a mercados limítrofes y a algunos países de Centroamérica.
A lo largo de la historia, la Argentina tuvo una fuerte participación en los avances técnicos de las cosechadoras. En 1929, en Sunchales (Santa Fe), Rotania fabricaba la primera máquina autopropulsada del mundo, superando las viejas máquinas de arrastre. También en la Argentina se resolvió el dilema de la cosecha del maíz: hacia finales de la década de 1940, se producían los primeros cabezales maiceros, atribuidos a Vassalli y a Giubergia.
Problemas de ayer y de hoy. No obstante, ninguna de estas innovaciones hizo que la Argentina se convirtiera en un exportador líder. La producción local encontró limitaciones. Por un lado, la escasez de hierro y el escaso desarrollo de la siderurgia elevaban el costo del producto e impedían alcanzar volúmenes para competir con las importaciones y menos para montar una industria de exportación. Por otro lado, había una escasa división del trabajo. En Bernardín, en sus inicios, apenas cinco obreros se ocupaban de toda la construcción y armado de una cosechadora. Era una desventaja en comparación con las firmas líderes. Por esa misma época, el mercado argentino estaba dominado por las cosechadoras norteamericanas, como las de International Harvester. En la planta de esta firma en Chicago, para la fabricación de máquinas y tractores existían al menos cinco divisiones, constituidas por varios departamentos. Una sola pieza como las cuchillas pasaban por cuatro secciones distintas hasta quedar listas para el ensamblado. Hasta existían departamentos exclusivos para la fabricación de tuercas y tornillos, con una producción diaria de un millón de piezas. En el armado se utilizaba la cadena de montaje por estaciones, donde operarios especializados realizaban la misma tarea sobre la máquina. La extendida división del trabajo y el avance en la mecanización de esta planta permitían fabricar piezas idénticas y a bajo costo.
Estos obstáculos no eran privativos del sector. Eran los límites que enfrentaba toda la producción metalúrgica en el país. En efecto, las primeras herrerías rurales debieron improvisar sus calderas con viejos motores a vapor en desuso, utilizados antaño para mover las trilladoras. La fabricación de piezas y repuestos también era deficiente. Tampoco existía una industria auxiliar para proveer al sector. Son varias las anécdotas de los primeros fabricantes, quienes, al interrumpirse la importación de materiales en ciertas coyunturas (como a comienzos de los 30), debían desarmar tractores o automóviles viejos para reciclar sus partes y conjuntos. De hecho, uno de los mayores reclamos de los usuarios era la inexistencia de talleres y de repuestos confiables que provocaban el paro de los equipos al dañarse, por la tardanza en la reparación.
La rama pagó el precio de la escasez de materia prima y de las limitaciones de una industria metalúrgica y de insumos que la respaldase. Para peor, cuando los fabricantes locales se asentaban, el mercado mundial ya estaba dominado por firmas con varias décadas de historia, como John Deere o Massey Harris. A comienzos de la década de 1910, la International Harvester fabricaba 7.000 equipos de cosecha semanales. Contaban con fundiciones, minas de hierro y acerías propias. Poco era lo que podían hacer los fabricantes locales, en sus inicios, ante esta competencia. Si bien durante los 50 lograron dominar el mercado interno (aranceles mediante), les fue imposible asentarse en el mercado mundial. La brecha competitiva con el grupo de países líderes fue en aumento. La competencia brasileña agregó una dificultad más desde fines de los años 70. Desde comienzos de los 80, sucesivas crisis que afectaron al conjunto de la rama a nivel mundial redujeron el peso de la producción local. En la década de 1990, cayó a un promedio de apenas 490 unidades anuales.
Un espejismo pasajero. Las cifras del período 2002-2007 plantearon un panorama de euforia sobre el futuro de la actividad. Pero un análisis más profundo nos permite observar que el sector no superó sus limitaciones. En el lapso mencionado, la producción local sólo alcanzó el 43% del valor comercializado en el mercado interno. Equipos de producción “compleja”, como cosechadoras y tractores, provinieron en más de un 75% del exterior. En su mayor parte de Brasil, donde están instalados John Deere, CNH y AGCO-Allis. En el panorama mundial, la participación argentina es aún menor. En 2007, año pico del sector posdevaluación, el valor de las exportaciones locales representó apenas un 0,16% del comercio mundial. La participación argentina es muy reducida en los mercados importadores más dinámicos, como China, Estados Unidos, Alemania y otros países de Asia. Vale mencionar que Venezuela explica el 50% de las exportaciones argentinas de los últimos años, principalmente por acuerdos bilaterales entre ambos gobiernos. Tanto es así que la máquina nacional no domina este mercado, acaparado por Brasil, EE.UU. y México.
Puertas adentro, la situación comenzó a mostrar signos de erosión a finales de 2007. Durante el último trimestre se alcanzó el punto máximo en las ventas internas con 8.850 unidades entre tractores, cosechadoras, sembradoras e implementos. De enero a septiembre de 2008, a pesar del conflicto agrario en la primera mitad del año, las ventas domésticas superaron levemente a las del mismo período del año previo. No obstante, se estancó el ritmo ascendente de ventas. El último trimestre de 2008 registró el nivel más bajo del año. La crisis, a la cual no somos ajenos, impactó sobre el sector. En el primer trimestre de este año las ventas se desplomaron en un 58% con relación a los últimos meses del año previo. Con esto, los niveles de ventas cayeron al promedio de mediados de 2002. Es decir: unos pocos meses se han comido siete años de la mentada recuperación. Los recursos de crisis ensayados, como el programa REPRO, que asigna un subsidio estatal de 600 pesos por trabajador, se han mostrado inútiles para detener el deterioro de las condiciones laborales, sobre todo porque en muchos casos este subsidio terminó siendo el único salario percibido por los obreros, ahorrándose la empresa la necesidad de completar el monto. Por ello, las alternativas están planteadas entre una mayor flexibilización laboral o el ejemplo de los trabajadores que han tomado el problema en sus manos.
El caso testigo de la histórica marca Bernardín
Pese a que según algunos spots publicitarios “las reservas acumuladas nos protegen” y “seguimos creando empleos”, las noticias de los últimos meses parecen muy distantes. Famosas tiendas de ropa, autopartistas internacionales, gigantes automotrices, todos los sectores de la producción cuentan con casos de suspensiones, despidos e intentos de cierres. Como es costumbre, la crisis recae sobre las espaldas de los trabajadores. En el caso de la provincia de Santa Fe, varias plantas del sector metalmecánico se encuentran en conflicto, como General Motors y Mahle. En San Vicente, los obreros de Agroindustrial San Vicente tomaron el establecimiento. Cansados de las dilatadas promesas de sus patrones, con salarios y premios adeudados desde marzo, los cerca de 120 operarios de la firma que produce y comercializa la histórica marca de cosechadoras Bernardín se declararon en paro. El pasado jueves en horas de la noche, decidieron la toma de las instalaciones con corte de calle, medida que contó con el apoyo de los vecinos de la localidad. La empresa contestó con el despido de todos los trabajadores y la denuncia de la destrucción de material de la firma, lo cual, como pudo demostrarse, era falso. Luego de negociaciones entre ambas partes, los obreros fueron reincorporados, con la promesa de la firma de abonar en breve parte de los salarios adeudados. De esta forma, se levantó la toma, aunque no así el paro de actividades, que seguirá hasta que se acrediten los salarios acordados. Los acuerdos logrados son endebles porque los problemas en la rama continuarán.
La situación de cosechadoras y tractores en Brasil
No está de más mirar lo que ocurre en Brasil, el único país latinoamericano con un saldo favorable en la balanza comercial de maquinaria agrícola en los últimos cinco años y principal proveedor de nuestro país. Además, domina los mercados del resto de los países de la región en este rubro, junto a los Estados Unidos.
Tomando en cuenta el subsector de cosechadoras y el de tractores, en el bienio 2005-2006 se produjo un descenso de la producción y de las ventas en comparación con los años previos. En 2007 y, sobre todo, en 2008, el sector experimentó un ascenso, principalmente de las ventas en su propio mercado. Durante el último año, las exportaciones brasileñas retornaron al nivel de 2004-2005.
No obstante, el recorrido de los últimos meses es similar al de nuestro país. Según Anfavea, la cámara que reúne a los fabricantes de vehículos y maquinaria agrícola de Brasil, las ventas internas cayeron entre el 3,2% para tractores y el 31,3% para cosechadoras, desde mayo de 2008 al mismo mes de este año.
Las exportaciones se derrumbaron aún más: en tractores, un 47%, y en cosechadoras un 59 por ciento. En el mismo período se perdieron en el país vecino 2.660 puestos laborales, un 15% de la fuerza de trabajo del sector.