Sector lechero: crisis y encrucijada
El sector lácteo vive una situación de estancamiento y crisis. El bajo precio de la leche al productor, el aumento de los costos y el precio de los arrendamientos que compiten con la soja ponen de nuevo sobre el tapete la crisis lechera.
Sebastian Cominiello. Dr. en Ciencias Sociales – Becario CONICET y miembro del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS).
El gobierno de Macri sancionó compensaciones económicas por más de 320 millones de pesos a unos 5400 tamberos. No obstante, la crisis no sólo la padece el sector primario de leche, los tambos, sino que es compartida por toda la cadena láctea. Pero una mirada de corto plazo no nos sirve para explicar esta situación. En 1999 la producción nacional de leche alcanzó los 10.330 millones de litros y recién en 2011, doce años después, se superó dicha producción (con 11.206.260 millones de litros). Argentina tardó una década en volver a producir lo mismo. En 2014, se produjeron 11.072 millones de litros, 1% por debajo de lo registrada en 2013. A su vez, las exportaciones vienen descendiendo desde 2011. Este cuadro lleva a que el sector no pueda prescindir de subsidios estatales (con este gobierno y con el anterior), de bajos salarios y de malas condiciones laborales para compensar su menor productividad. Por lo tanto, como veremos, las alternativas que se plantean tanto desde el Gobierno como de los sectores rurales no pueden resolver el problema de fondo.
Un lugar en el mundo… marginal
La Argentina pasó de exportar 32.607 toneladas de productos lácteos en 1991 a 370.233 en 2014. Es decir, se incrementó más de 10 veces el volumen exportado. Lo cual parece todo un logro. No obstante, las exportaciones argentinas representan menos del 2% del mercado mundial de lácteos, según datos de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Los países con fuerte incidencia en el mercado mundial, como Alemania, los Países Bajos, Francia y Nueva Zelandia cuadruplican o quintuplican los niveles de exportaciones argentinas. Esto nos habla del lugar marginal que ocupa en el mercado mundial. A su vez, según datos del Ministerio de Agricultura las exportaciones el año pasado (228.952 toneladas a septiembre de 2015) representaron casi la mitad de lo que se exportó en 2011 (450.414 toneladas). De esta realidad, surge el interrogante de cuáles son las dificultades que presenta el sector que llevan a este estancamiento. Podemos decir, más allá de las cuestiones coyunturales como las retenciones o los precios bajos internacionales, que las características de la producción primaria de leche (los tambos), las industrias lácteas y el tamaño del mercado interno conforman obstáculos serios para el desarrollo del sector lácteo.
Muchos, ineficientes y chicos
Dentro de la estructura de tambos, la mayoría son poco eficientes. Según el SENASA, en marzo del año pasado había 10.402 establecimientos productores de leche. De ellos, solo el 16% son tambos de alta producción. El resto posee rodeos menores a 500 animales lo que los ubica con una productividad menor que la media. Los tambos poco productivos tienen que compensar su baja rentabilidad, debido a la pequeña escala con la que operan. ¿Cómo lo hacen? Por un lado, mediante los subsidios estatales, que son los reclamos que se están produciendo. Por otro lado, también lo hacen otorgando condiciones laborales precarias a sus trabajadores, los tamberos (con trabajo familiar encubierto y no registrado), en una actividad con una carga laboral de las más altas de las ramas productivas. Es decir, se gasta trabajo y dinero en sustentar tambos que producen mal y con condiciones laborales precarias.
En el segundo lugar, se encuentran las industrias lecheras. A la inversa de los tambos, las principales industrias lácteas son pocas (La Serenísima, SanCor, Ilolay, etc.). Estas firmas, por ser pocas, aparecen como monopolios “más grandes” que se enfrentarían a los pequeños tambos. Sin embargo no son “grandes” como parece. Y también ofrecen condiciones precarias para sus trabajadores. Fuera de Argentina, SanCor o Mastellone Hermanos se encuentran muy lejos de ser grandes empresas. Las cuatro firmas lácteas más importantes de nuestro país captan el 40% de la leche, y las diez más importantes el 58%. Si comparamos estos datos con otros países competidores, la estructura de las usinas lácteas es muy fragmentada. Por citar un ejemplo, Fonterra, empresa láctea neocelandesa recibe más 90% de la producción (más de 60 millones de litros diarios). Por lo tanto, lo que aparece como grande y monopólico es en realidad chico y fragmentado si se compara con un país líder de esta producción. Es decir, cuenta con peores condiciones competitivas. Es así que el nivel de procesamiento argentino se encuentra retrasado en relación con sus pares de otros países.
Por último, la baja productividad de los tambos y el bajo nivel de procesamiento de las usinas se encuentran en relación con el tamaño pequeño del mercado interno. En 2011, la Argentina tuvo un consumo aparente de 11.571.384 de toneladas de lácteos. Brasil tuvo un consumo tres veces más grande (32.096.401), Francia consumió 26.588.687 y Estados Unidos, 89.973.409 de toneladas, casi ocho veces más. De esta forma, Argentina posee un mercado interno pequeño en relación con Brasil o EE.UU, que pone límites a la escala productiva y dificulta alcanzar la competitividad de otros países.
En conclusión, los inconvenientes que comparte toda la cadena láctea argentina son los mismos. No existe una producción que exceda la capacidad que tienen las industrias de procesamiento y que supere el consumo interno en una magnitud comparable a otros países líderes a nivel mundial.
Una alternativa real
En lugar de reclamar créditos por parte del Gobierno al sector, tenemos que pensar otra forma de organizar la producción láctea, que implique una escala mayor y más eficiente. Nos referimos a centralizar la producción primaria de leche (en tambos estabulados) para ser más productivos. Esto llevaría a producir más leche de forma más eficiente y ahorrando trabajo. Inclusive mejorarían las condiciones de trabajo de los tamberos. Es decir, con el conjunto del rodeo vacuno en Argentina se debería armar una Empresa Estatal de Producción de Leche Primaria, organizada en 400-500 unidades productivas (y no casi 8000, como existen hoy en día), con un promedio de 7500 animales cada una, con tecnología de punta. Esta transformación necesitaría una industria láctea con mayor capacidad de procesamiento que la que conocemos hoy: una Empresa Nacional Láctea que procese el total de la producción bajo el control de los trabajadores lácteos. Centralizar las usinas lácteas del país permitiría procesar más del 80% de la producción diaria de leche. Superar la fragmentación de la producción para hacerla más eficiente es cuestionar la propiedad privada capitalista, tanto de los tambos como de las usinas. Esta ampliación de la producción sólo puede surgir de quienes verdaderamente ordeñan y procesan la leche todos los días: los trabajadores. La socialización de la producción en gran escala aparece como la forma más potente de sacar de la crisis a un sector clave para garantizar alimentos baratos al conjunto de la población y dejar de dilapidar subsidios en sostener a una burguesía ineficiente.