Veronica Baudino sobre Arcor, Diario Crítica, 4/5/2009.
Nada más dulce que un caramelo. Y si está hecho por una empresa argentina, mucho mejor, diría un nacionalista. Pero las cosas no son como parecen. El caso de Arcor es un ejemplo de la forma en que se desarrolló el capitalismo en nuestro país (siguiendo las mismas reglas que en cualquier otro lado), así como también de las limitaciones de la burguesía nacional.
Arcor, a diferencia de la mayoría de los capitales nacionales no agrarios, es una empresa exitosa. No sólo porque es grande, sino porque es una de las pocas firmas locales que ocupan el primer lugar en su mercado a nivel mundial. En este caso, los caramelos. En el contexto de una economía principalmente “mercadointernista” como la argentina, Arcor suele ser presentada como un ejemplo a seguir. En particular, se destaca la iniciativa de su dueño y CEO, Fulvio Pagani. A la vez, se señala que, de seguir su ejemplo, la Argentina podría contar con un empresariado exitoso que impulse al país hacia el desarrollo. Sin embargo, un estudio profundo sobre el derrotero de la empresa muestra que el éxito internacional de Arcor, más que una excepción, es parte de la regla, y no es tan fácilmente repetible. No se trata de la genialidad de Pagani, sino de la productividad del maíz argentino, principal costo de los caramelos. Por eso, su experiencia no puede ser trasladada a empresas que no estén de algún modo vinculadas con la única fuente de competitividad del capitalismo en nuestro país, el agro. Por otro lado, no está de más recordar que su accionar político, al mando de la Fundación Mediterránea, organización que impulsó la última dictadura militar y la convertibilidad, muestra que los éxitos que haya alcanzado Arcor no redundan para nada en beneficios para los trabajadores, sino todo lo contrario.
De Santa Fe al mundo.
Arcor nace como un pequeño capital en Sastre, una ciudad chica de la provincia de Santa Fe. En 1946, con el nombre de Sasort, Fulvio Pagani y un grupo de socios fundan una fábrica de caramelos y galletitas. La misma fue instalada con maquinaria de la década de 1930, comprada de segunda mano a una empresa que había quebrado, y creció en el mercado de Santa Fe y el noroeste argentino. Sin embargo, la productividad de la planta les imponía un límite a su desarrollo. Por esta razón, Pagani elevó al directorio de la empresa una propuesta para pedir un crédito al Estado con el fin de adquirir nueva tecnología. La mitad más uno de los socios se opusieron al proyecto, lo que motivó a quienes apoyaban el pedido del crédito a retirar sus acciones e instalarse en Arroyito, Córdoba.
La nueva fábrica, llamada Arcor, contaba con una superioridad técnica respecto de la anterior, con lo cual producía más caramelos en menos tiempo. No obstante, su producción se encontraba retrasada en comparación con los capitales de otros países (por ejemplo, Italia o Alemania), donde la mayor parte del proceso productivo ya no era manual. Aprovechando la política de promoción industrial de Arturo Frondizi, Arcor adquirió equipos alemanes para fabricar caramelos y maquinaria italiana para envolverlos. Con esta nueva tecnología, la empresa se colocó en la frontera tecnológica internacional, con el incremento de la producción de 5.000 a 60 mil kg de caramelos diarios.
A partir de mediados de la década de 1950, Arcor comenzó a desarrollar una integración productiva en torno de su mercancía central: los caramelos. Emprendió la producción de materias primas: glucosa, maíz, sorgo, membrillo y madera para material de embalaje. Al mismo tiempo, impulsó una política de apertura de empresas independientes relacionadas con sus actividades centrales y de compra de empresas ya existentes. Es el caso de Misky, Pancrek, Vitopel S.A., Milar S.A. y el ingenio La Providencia, en Río Seco (Tucumán), actualmente el cuarto productor nacional de azúcar.
A raíz de su evolución puertas adentro, Arcor emprendió su camino a la transnacionalización, mediante la instalación de plantas en Paraguay (ARCORpar), Brasil (donde Arcor se constituyó como principal productor de caramelos), México, Chile y Perú. Este grupo de plantas, junto a las instaladas en la Argentina, suman un total de 41, donde se elaboran galletitas, golosinas y alimentos en conserva.
Arcor exporta esta diversidad de productos, aunque con diferentes posicionamientos en el mercado mundial. La mayoría de ellos ocupa lugares marginales, con la excepción de los caramelos. En este renglón, Arcor es el principal productor mundial. Su penetración en los mercados llegó a tal punto que los caramelos fueron “disfrutados” en los lugares más insólitos, como por ejemplo, en plena guerra de Irak, cuyos soldados consumían caramelos de esta empresa.
El ingrediente secreto.
Los caramelos se elaboran mediante un sistema de máquinas que permite un flujo continuo de los insumos casi sin intervención manual. Las principales materias primas utilizadas son la glucosa y el azúcar, que se combinan en una proporción variable según el tipo de caramelo; la tecnología aplicada en la cocción, y la relación de costos entre ellas. Según datos proporcionados por personal de Arcor, en la fabricación de sus caramelos se utiliza un 60% de glucosa y un 40% de azúcar, aprovechando el mejor costo que tiene el primer ingrediente en la Argentina, frente al segundo.
En la estructura de costos de la rama de las golosinas, según datos de 1998, el gasto más importante es el de las materias primas (33%) y, en segundo lugar, el de los salarios (24 por ciento). Por lo tanto, la mano de obra y las materias primas representan en conjunto el 57% del costo total de las golosinas, mientras que cada uno de los otros (envases, transporte, comercialización, publicidad) oscila entre el 2% y el 9% del total.
Según diversas fuentes consultadas, los costos salariales en la Argentina presentan, a partir de 1951 (fecha en que se fundó Arcor), una tendencia a la baja en relación con el valor de la mano de obra en Estados Unidos. Con el correr de los años, esta diferencia se profundiza cada vez más. Utilizamos como referencia a Estados Unidos porque allí la glucosa es tan barata como en la Argentina, razón por la cual el costo laboral pasa a tener mayor importancia.
Por otro lado, la glucosa es un jarabe que se produce a partir de la molienda húmeda de maíz. Su proceso de producción se encuentra, en el país, estandarizado respecto de los parámetros mundiales, gracias a la introducción de la hidrólisis en los años 90, que mediante la utilización de enzimas estabiliza la calidad de la producción, disminuyendo los desechos.
Según datos del año 2000, la industria argentina de glucosa es la segunda a nivel mundial. En términos de costos, es una de las más baratas del mercado. Estudios de la USDA muestran que la Argentina se encuentra, junto con Bulgaria, Canadá, Egipto, Hungría y EE.UU., en el grupo de países con menores costos mundiales. La ventaja argentina surge de la competitividad de su maíz, cuyos costos de producción son los más bajos del mundo. Si bien el rendimiento por hectárea sembrada del maíz estadounidense es superior y cuenta con una infraestructura mucho más desarrollada, se alcanza a un costo mayor ya que en el agro argentino se usan menos fertilizantes. Por ejemplo, para el año 1987, la Argentina poseía una ventaja en los costos de producción de maíz frente a los EE.UU. de un 24% por tonelada. Aunque no hay disponibles series históricas sobre costos, mediante la revista Márgenes Agropecuarios puede verse que la ventaja a favor de la Argentina se mantiene en 1990, 1997, 1999 y 2007.
El maíz brasileño, otro potencial competidor, es aún más caro. En relación con Brasil, contamos con menos datos. Pero, en este caso, el bajo rendimiento de sus campos se traslada a una estructura de costos mucho más alta que la de la Argentina.
Por otro lado, el azúcar es el segundo insumo en orden de importancia en la elaboración del caramelo. Encontramos en ella otra ventaja para Arcor, aunque menor que la que ofrece la glucosa. Argentina produce azúcar más barata que la elaborada por EE.UU., e inclusive en relación con Brasil, principal productor mundial, presenta sólo un 4% de inferioridad de condiciones competitivas. El maíz y el azúcar argentinos aseguran un producto líder.
Los límites del agro.
Arcor es parte de la fracción dominante de la burguesía nacional que se asienta en el motor del capitalismo local: el agro. Su competitividad es resultado de las particularidades de la Argentina como país agrario, inserto en el mercado mundial tardíamente y con un mercado pequeño que no le permite concentrar y centralizar el capital a escala media internacional, excepto en contadas ramas de la producción. Por lo tanto, la “grandeza” de Arcor no puede ser extensible a todos los capitales locales. En efecto, las industrias que no pueden sacar provecho de la productividad de insumos agrarios no cuentan con costos que les permitan competir en los mercados mundiales. Además, el agro no representa, en términos internacionales, una producción de valor suficiente como para estimular el desarrollo de un país a gran escala. Como lo muestra el actual conflicto, “el campo” no da para todo. La “grandeza” de Arcor, entonces, es expresión de las debilidades de la acumulación de capital en la Argentina, cuyos límites históricos expresan su decadencia.
¿Todos pueden ser exitosos con estas reglas de juego?
La crisis de 2001 puso sobre el tapete varias interpretaciones acerca de sus causas. Una de las miradas en boga, ligada a la CTA, sostiene que las bonanzas y los fracasos tienen como explicación última la acción estatal. Desde esta perspectiva, el desarrollo económico es consecuencia de la implementación de políticas que priorizan la producción, asegurando mecanismos de incentivo, como los subsidios estatales, acompañados de un estricto control sobre su destino. En efecto, la crisis habría sido consecuencia del ascenso al poder estatal del sector más concentrado de la burguesía, que utilizó los recursos nacionales con fines especulativos en detrimento de la producción de bienes. En este sentido, el Estado no actuó como garante del desarrollo nacional y privilegió un modelo de ganancias extraordinarias asentadas en la valorización financiera y la desindustrialización.
Otra de las explicaciones pone el acento en el comportamiento de los empresarios. A su juicio, el éxito de un capital es el resultado del carácter emprendedor de sus dueños, de su cultura industrialista, de su capacidad para organizar una gestión adecuada asumiendo los riesgos propios de la actividad. Por oposición, aquellos capitales fracasados son aquellos sin “pasta” de entrepreneur.
Ambas posiciones comparten la convicción de que todos los países y, en consecuencia, todas las empresas tienen iguales perspectivas de ser exitosos. No existen límites, sólo hay que cambiar la actitud. Sin embargo, el capitalismo argentino se ha desarrollado en su máxima expresión. No careció de desarrollo industrial. Como se aprecia en el caso Arcor, donde había ventajas, dio todo lo que pudo dar. Pero hasta acá llegó: es chico, tardío y agrario. Ahí residen sus restricciones irreversibles. La forma para desarrollar la economía a una escala superior sólo puede venir de la mano de la superación del capitalismo. Evidentemente, en este sistema, cada vez son menos los que pueden ser exitosos.
La Fundación Mediterránea, Cavallo y otras yerbas
Mucho se ha dicho de la burguesía nacional, especialmente que ha quedado relegada de los resortes de poder desde la última dictadura militar. Desde esta perspectiva, quienes han dirigido el país en los gobiernos militares y democráticos no habrían propiciado el desarrollo nacional. Quienes piensan así sostienen que la Confederación General Económica habría sido la última que expresó los intereses nacionales. Sin embargo, una mirada atenta al accionar de Pagani a través de la Fundación Mediterránea muestra lo contrario.
Creada en 1977 por un grupo de empresas cordobesas, entre las que figuraba Arcor, dicha entidad logró acaudillar a un importante sector de la burguesía local. Se convirtió en una de las principales usinas intelectuales del país, financió los estudios de perfeccionamiento en universidades extranjeras de sus intelectuales y pudo ubicar a uno de sus portavoces, Domingo Cavallo, en la dirección del corazón del poder político: el Ministerio de Economía.
La gestión del economista fue apoyada por la entidad, expresando su acuerdo en sus publicaciones. Asimismo, la relación entre una fracción de la burguesía nacional y la Fundación Mediterránea, expresada en la política de Cavallo, se evidencia en los beneficiarios de los tres momentos centrales de subsidio directo a determinados capitales: la licuación de deuda externa privada, las privatizaciones y el denominado “corralito”. A diferencia de la línea de pensamiento que identifica a Cavallo con los intereses del capital extranjero, su política parece haber privilegiado a los exponentes de la burguesía local más concentrada. Decir que la burguesía nacional no gobierna desde el golpe es una forma de tapar su rol protagónico en el empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores.